«LA DECADENCIA» DE MICHEL ONFRAY

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Por Iñaki Urdanibia.

Segunda entrega de su ” Breve enciclopedia del mundo”.

El filósofo normando no cesa de escribir y publicar, amén de impartir en sus universidades populares ( de la filosofía y del gusto ) y de frecuentar sus apariciones públicas…¡ una infatigable máquina!. Firme en su defensa de una filosofía popular, hedonista, libertaria, rebelde e insumisa , siempre moviéndose en un plano de inmanencia, no hay momentos para el descanso: la tarea es grande y él se empeña en sus tonalidades anti / contra, con el fin de desmontar las verdades consagradas por el uso, y el abuso, de deconstruirlas, labor que ha realizado, y realiza, en el campo de la literatura , de la historia y de la filosofía por supuesto. Podrían hablarse del pensador como “derribos-Onfray”.

Pues bien, si hace un par de años publicó su Cosmos, como primera entrega de su trilogía titulada Brève encyclopédie du monde, en la que presentaba una (su) filosofía de la naturaleza, ahora ha visto la luz la segunda entrega: Décadence, Vie et mort du judéo-christianisme (Flammarion, 2017), que es una filosofía de la historia (¿con la desmedida pretensión – que es lo que afirma el ufano autor- de crear un nuevo materialismo histórico y dialéctico?) , quedando a la espera la que será una filosofía práctica: Sagesse. Del primer volumen di cuenta en esta misma red: http://kaosenlared.net/michel-onfray-una-ontologia-materialista-i/ .

En la presente ocasión los tonos, desde el propio título, son spenglerianos: son tiempos de decadencia, todo lo que nace muere y el principio segundo de la termodinámica, el de entropía, no descansa tampoco en el terreno de la historia de las civilizaciones. Partiendo de tal eje la mirada escrutadora de Michel Onfray se va a centrar en la historia (nacimiento , desarrollo y fin) del cristianismo, y va a recurrir al método genealógico, arqueológico y, si se me apura, al profético, aspecto al que no está de más ponerlo en contraste con la obviedad de que no se han de convertir deseos con realidades, y me explicaré, ya que no es que la religión (él habla fundamentalmente de la decadencia del catolicismo) goce de buena salud, pero bueno…

La tesis mantenida es que el cristianismo, que en la lectura de los Evangelios por parte de Onfray presenta en exclusiva la parte guerrera del propio inspirador: Jesús; el cristianismo, vía oficialización por Constantino en el siglo IV de nuestra era, se erigió en religión / poder dominante, que levantó su edificio sobre las ruinas del paganismo y de otras doctrinas a las que persiguió y trató de destruir, alcanzó su dominio absoluto y excluyente (provocando más ruinas hasta humanas), para posteriormente , al igual que cualquier ser vivo, comenzar su decadencia, ley a la que no escapa a pesar de sus veinte siglos de vida. Este fatalismo (irremediable y ya anunciado por Nietzsche) es desarrollado en el volumen – deteniéndose en las diferentes fases que van desde el nacimiento hasta la decadencia, pasando por el crecimiento, la potencia, la degeneración, la senescencia y la delicuescencia- de más de seiscientas páginas, que avanza con aceleraciones y desaceleraciones, combinadas con trazados de pisadas fuerzas con otros que se asemejan a pasos debidos a patitas de paloma, lo que hace que nos hallemos ante la escena de un avión que aparece y desaparece por las nubes; es decir, momentos de claridad y otros de vagabundeo. No entona tonos apocalípticos el autor, sino que defiende el derrumbe – la disolución , podría decirse- del edificio cristiano , como si de un azucarillo se tratara, como eje de la civilización occidental de la que es centro de gravedad o base. Quede constancia, de paso, que su visión de la religión cristiana es metonímica, al tomar cristianismo por catolicismo e ignorar otras corrientes del cristianismo hondamente implantadas en diversas zonas europeas, y quede igualmente constancia de que su visión materialista parte de que el auge de la religión denota la buena salud de una civilización y su decadencia arrastra la decadencia de la civilización… podría decirse en cierto sentido que su materialismo interpretativo es teocéntrico., ya que la religión es la que, en última y en primera instancia, viene a jugar el papel motor al tiempo que deviene ajustado termómetro de la salud de la sociedad en la que funciona.

El agotamiento de los recursos ideológicos crean un ahuecamiento de la fuerza motora del idealismo religioso que prometiendo un más allá, originó desastres sin cuento, ahí están las cruzadas, la Inquisición o la colonización que se llevó a cabo con la cruz y la espada; la culminación de la ideología progresista – en un incesante camino hacia delante, hacia más arriba, hacia más mejor en una senda lineal- se encarnó en la masacre al por mayor organizada bajo los cánones en la década de los cuarenta del siglo pasado (idea que sea dicho al pasar ya podía rastrearse en la Dialéctica de la Ilustración de los frankfurtianos Adorno & Horkheimer), desastre del que Onfray busca los causantes y reparte responsabilidades entre Hitler y los apoyos ideológicos, y prácticos , del catolicismo; jugando igualmente un importante papel en la preparación del desastre (Shoá) la batalla iniciada o al menos impulsada y acelerada por el sistemático anti-judaísmo cristiano que preparó el terreno y desembocó- la era de la ciencia imperando- en el antisemitismo biologicista.

El diagnóstico es según este apresurado médico de la cultura claro: el tejido de la civilización occidental está afectado por una creciente e imparable metástasis, que en vez de traducirse en un agotamiento momentáneo, viene a ser una enfermedad terminal uno de cuyos signos premonitorios fue el 11S que anunciaba el derrumbe, junto a las torres gemelas , de los principios que éstas podían representar, al tiempo que, como otra señal de salida, señala Onfray, la condena a muerte (fatwa) decretada por los ayatollás iraníes, con recompensa suculenta incluida, de Salman Rushdie…Teniendo en cuenta la procedencia de la condena, ésta le sirve a Onfray para defender la pertinencia de la teoría del choque de civilizaciones del agorero Samuel Huntington, y, en consecuencia, mantener que la Meca va tomando de manera creciente el papel asumido hasta ahora por el Vaticano ante la impotencia occidental para defenderse de la embestida del combativo, y expansionista, Islam. Se ha de señalar, no obstante, que no es que Onfray se nos haya convertido a la religión de Mahoma, sino que en su camino – reivindicando la senda spinozista- de ni reír, ni llorar, sino comprender ( que a veces en su caso parece tender a situarse en un imposible “más allá del bien y del mal”), éste trata de ubicarse en nuestro hoy tomando impulso en el pasado, recurriendo para ello a un repaso de episodios de significación en el campo de la historia y a innumerables anécdotas -conste que no lo digo en plan peyorativo, ya que las que saca a colación conservan un alto grado de pertinencia y significación, si se exceptúan algunos casos en que el rábano y las hojas…-, aderezado todo ello con incursiones por los pagos de la filosofía, de la teología y de las mentalidades en general (apabullantes referencias, todo hay que decirlo). Sí deja constancia, no obstante, de la indudable contraposición que se da entre los creyentes, cegados por unas creencias fuertes hasta el corazón del fanatismo (siempre dispuestos a morir para acceder al placentero paraíso, surtido de kifi y huríes), de la que están pertrechados los unos, frente a la religión consumista del capital que es la que hoy en día- con señal de salida en mayo del 68- empapa a la juventud, y a la no tan juventud, de nuestros países del complaciente y desbrujulado Occidente, sumido en el nihilismo que anunciase Nietzsche, con la proclama muerte de Dios. El enfrentamiento nombrado es alimentado además, en gran parte, por las tasas de natalidad abismalmente diferentes entre ambas zonas, en detrimento de las occidentales

Junto a este diagnóstico y los síntomas que lo justifican, no faltan los dardos contra la flagrante injusticia que supone el neoliberalismo que impera en nuestras sociedades que acrecienta las diferencias entre pobres y ricos; del mismo modo que señala la responsabilidad en la desespiritualización (de pérdida de aura hablaba Walter Benjamín refiriéndose al arte, o de secularización Max Weber hablando de la sociedad) por el amiguismo promovido por el concilio Vaticano II, al hacer descender a Dios de las alturas, trascendentales y nebulosas, al status de colega. A lo que se ha de sumar, en opinión del autor, la liberalización de las costumbres, entre ellas las sexuales, que inciden en algunos de los aspectos recién mentados.

Muchas de las propuestas, y argumentaciones, presentadas resultan, a mi modo de ver, plausibles, si bien ciertos regustos amargos brotan en la lectura, provocando al menos en el lector que yo soy ciertos altibajos en lo que se refiere a acuerdos , a dudas y a algunos postulados traídos por los pelos o metidos con calzador y vaselina…todo sea con el fin de defender la tesis que se quiere defender, de partida, en una típica fuite en avant que da por bueno aquello de CQFD (lo que hacía falta demostrar). Dejaré de lado, merecería un análisis más detallado y hoy no toca, una constante amalgamadora en el discurso onfrayano que hace que Karl Marx sea convertido, vía Lenin, en un tosco precedente de Stalin (como representante máximo y único del denominado marxismo), lo cual es una falta de rigor en la lectura del autor de El Capital de aquí te espero marinero, lo que supone además de no respetar ni la letra ni el espíritu del teórico germano, obviar que hay otras corrientes dentro del llamado “marxismo” que nada tienen que ver con el autoritarismo bolchevique; en este terreno la tergiversación , teñida de una visión netamente infantilizada, viene de una determinista lectura de las chispas entre Bakunin (federación) y Marx (centro) en el seno de la Iª Internacional, y de un pensamiento que viene a decir que ser anarquista supone oponerse a Marx, tal cual…¡ pobre Daniel Guérin! Pero vamos a algunos de los crujidos de los que hablaba …así los resabios críticos con respecto al cristianismo y por extensión a la civilización occidental parecen convertirse, malgré Onfray, en algunos momentos – digo que parece no digo que sea así- en defensa del creciente islam por su fuerte espiritualidad, que sirve a modo de consistente cemento social, del mismo modo que por momentos parece que la liberalización de las costumbres se cargue en la columna del debe en su particular libro de contabilidad; resulta así, o al menos a mí así me lo parece, que casi se mantiene, por parte de este irredento ateo, las virtudes cohesionadoras del fenómeno religioso, tan denostado por el autor del Tratado de ateología y hasta ciertos crujidos en su pregonado hedonismo; parece adoptar Onfray en sus ataques al cristianismo una búsqueda de jerarquías religiosas , terreno en el perdedor es la nombrada creencia frente al islamismo y el mismo judaísmo, del que se alaba su no-participación en los afanes proselitistas (cuestión harto simplificadora, si se obvia la impronta descaradamente elitista de la que va acompañada la historia del judaísmo y todas las monsergas del pueblo elegido, el etnicismo excluyente casi hasta el recurso al ADN, etc.). En honor de la verdad he de añadir que la constatación – lejos del terreno valorativo (?)- del porvenir más prometedor del islam, no es que sea aplaudido sino que describe hechos, que también se verán afectados, a su debido tiempo, por la inapelable ley del agotamiento y la decadencia. El tono es cercano al No hay futuro que decían los punkis de primera hornada, o al abandonad toda esperanza dantesco a la hora de acercarse a las puertas del Infierno / humanidad… ya que al final siempre llega la decadencia… ¿ hasta la extinción final?

A pesar de lo dicho en este último párrafo, sí que soy de la opinión de que leer a Onfray siempre abre caminos de reflexión, ofreciendo un importante cúmulo de informaciones, y aunque en algunos momentos sus argumentaciones pequen a mi modo de ver de tajantes en su simplificación, su puesta en solfa de los discursos dominantes, extendidos e impuestos por tierra, mar y aire , por los todopoderosos mass media, que no hacen sino expresar la voz de su amo, bien sirven para agitar las apacibles aguas del conformismo y de la complacencia con este el mejor de los mundos y ello, reitero, aunque en algunos casos se den pasadas de frenada o más bien de aceleración, e chirriantes crujidos. Y así, si el otro decía en tautológica tautología que la tarea del pensar es pensar, podría afirmarse sin pestañear que lo propio de los humanos – lejos de los balidos gregarios – es deliberar, dudar, discutir, poner en duda, pretender la autonomía frente a la heteronomía que nos hace depender de comisarios y clérigos de diferente pelajes, y en ese terreno el normando abre de par en par las puertas de los disensos, los desacuerdos y la segura polémica.

Michel Onfray o la defensa de la razón trágica frente a la razón normalizadora, aunque para ello a veces se apoye en pensadores y argumentos un tanto peligrosos por su resabios reaccionarios que parecen contradecir muchos de sus habituales postulados ubicándose en unas inciertas aguas movedizas que hacen fluctuar las ideas fuertes en otras más melifluas y guiadas por el sentido de la oportunidad, lo cual aun dando por válido aquello de que la serpiente si no cambia de piel muere… roza los bordes de la incoherencia por no decir los del todo vale… siempre por el filo de la navaja, lo que a veces puede suponer cortes y heridas, del mismo modo que es quien se desliza por la cresta de las olas quien puede darse una castaña. Ya sus lecturas de la revolución francesa, por ejemplo, de Freud, de Rousseau (inspirador de todos los totalitarismos que en el mundo han sido… toujours la faute à Rousseau), o las no-lecturas de Marx, antes nombradas, o sus críticas ad hominem de Sartre, o la desmedida consideración de Eichmann como fiel alumno de Kant, sus teorías de la perennidad del capitalismo realmente sui generis (aplicación más allá de toda razón de: cambiando la palabra cambio la cosa, y si la realidad no responde a mi tesis que se pufe la realidad) o sus coincidencias identitarias con ciertas amistades peligrosas hexagonales y otras, y no seguiré con la lista de agravios (a sí mismo y a lo que dice representar como libertario)… dejaban ver los riesgos que apunto, y es que de todo no se puede hablar y encima es imposible, y este es el riesgo que cada vez, con mayor arrojo , afronta Michel Onfray lo que le lleva a no renunciar al antológico uso de anacronismos históricos, calculo que sin ruborizarse, argumentar con cierta ligereza, metiéndose en indebidos charcos… mostrando – dudo, pero me atrevo a decirlo – cierta creciente decadencia con respecto a sus primeras obras que mostraban mayor rigor.

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