¿MICHEL ONFRAY MONÁSTICO?

Por Iñaki Urdanibia

«-Di, loco, ¿tienes dinero? Respuesta: – He amado. – ¿Tienes villas, castillos, ciudades, condados y ducados? Respuesta: – Tengo amores, pensamientos, flores, deseos, trabajos, languideces, que son mejores que imperios y reinados»

                                                             Ramon Llull, Llibre d´amic y amat

No cabe la menor duda de que el filósofo normando adolece de una bulimia escritora y también lectora; esta vez, coincidiendo con una estancia en una abadía, regida por religiosos de la regla de san Agustín, la de Lagrasse, situada en Aude, se ha dedicado a leer los evangelios y sermones sobre la caída de Roma de san Agustín de Tagaste, dicho de Hipona que es de donde fue obispo. No limita sus noticias sobre su estancia para dar cuenta de dichas lecturas sino que también presenta la vida cotidiana de los monjes, sirviéndose de todo ello para continuar sus reflexiones sobre el declinar de Occidente, unido a la de la teología cristiana; también le ha servido la experiencia para un intercambio epistolar con el prior; ya con anterioridad había mantenido un diálogo con un rabino, Michaël Azoulay (véase su Dieu ? Le philosophe et le rabbin, editado por Albin Michel, 2022 ), obra en la que además de la religión y la espiritualidad, de Dios y del Mal, y la responsabilidad o no del primer sobre lo segundo; él, desde una cristiandad sin Dios (?), el otro desde su judaísmo, los dardos del filósofo van dirigidos hacia el supuesto antisemitismo de ciertos sectores de la izquierda, retomando la amalgama entre sionismo, judaísmo, judío y sionista, judío y semita…haciendo que el antisionismo se vea convertido por un mágico abacadabra en antisemitismo. Hablando de la decadencia occidental y cristiana, la hipótesis de Onfray es que existe una civilización musulmana, que está en alza y que supone grandes riesgos para su país, y por extensión para Occidente. No le duelen prendas a Onfray para mostrar su acuerdo con la posturas del choque de civilizaciones pregonado por Samuel Huntington y para poder ser incluido entre los islámofobos que en su país son legión.

No hace mucho me referí, el 21 de diciembre del año pasado -gazapos corregidos posteriormente-, a una obra suya que deconstruía la figura de Jesús (Michel Onfray, lector de la Biblia •https://kaosenlared.net/michel-onfray-lector-de-la-biblia/, en donde me refería a la obra y a alguna otra relacionada con el tema religioso. Parecería que Michel Onfray estuviese aquejado de una especie de ateísmo ventriíocuo, tembloroso, que se comporta como pepitogrillo que mantiene un permanente rumor en su mente, arrastrándole a preocuparse por la cuestión religiosa. En esta ocasión, en Bouquins se publica su «Patiente dans les ruines. Saint Augustin Urbi & Orbi», obra en la que centra su mirada sobre los textos de san Agustín sobre la caída de Roma, lectura que en paralelo pretende reforzar su posición acerca de la decadencia de Occidente. Si habitualmente se ha recurrido al denominado santo, dejando de lado las miradas más propiamente teológicas, para analizar el género autobiográfico en el texto inciático de las Confesiones (se lee en La Confession d´Augustin, Galilée, 1998, de Jean-François Lyotard: «la prosa del mundo deja el lugar al poema de la memoria, o más exactamente a la fenomenología del tiempo interior. Todo el pensamiento moderno, existencial, de la temporalidad ha salido de esta meditación: Husserl, Heidegger, Sartre…») inaugurando la escritura del yo que posteriormente practicarían los Montaigne, Descartes, Rousseau…, o de cara a señalarle como iniciador de la concepción lineal del tiempo, del progreso que conduciría a los humanos, a algunos ayudados por la fe, de la civitas terrena o diavoli hacia la civitas Dei, que supondría finalmente la neta separación entre el bien y el mal, dos ciudades enfrentadas, en la que el triunfo pertenecería a la segunda ya que estaba unida a Dios, o a la eternidad. Si la primera, terreno de la carne, se regía por la voluntad de poder, de acumular ganancias y bienes materiales, la segunda se encontraría en los bienes espirituales, como señalaba con énfasis en su De vita beata.

Más que la lectura en sí, y su aplicación al declinar actual, la experiencia junto a los monjes, que es presentada como una verdadera revelación, en la medida en que éstos siguen las enseñanzas de san Agustín y ponen en valor precisamente los valores del espíritu, más allá de las ventajas materiales, la competencia entre unos y otros, el sobresalir sobre los demás, en una continua competición, que son las monedas al uso en la sociedad actual, mientras que dentro de los muros del monasterio domina la fraternidad, lejos de las rencillas, envidias y zancadillas… allá viven, entregadas sus vidas a un ideal. Y Onfray asiste a los rezos, a los actos y ceremonias litúrgicos, ciñéndose al horario y a las costumbres de los monjes: de la celda al jardín, y de éste a la capilla, a la vez que habla con ellos y conoce sus vidas anteriores y sus decisiones para cambiar de vida, etc. Y como de si un proceso de expiación se tratara se dedica a las lecturas ya mentadas, y ante las previsibles sospechas acerca de una posible conversión del ateo que él es, aclara que ante las ruinas de la civilización judeo-cristiana, a la que precisamente ese ser de leyenda llamado Jesús ha servido de soporte, en estos momentos en que – según asevera Onfray – se derrumba a ojos vista, considera que tal doctrina y tal vida es la tabla de salvación más segura a la que agarrarse, contra lo peor, contra el infierno que amenaza, como un islote de esperanza y ejemplo. En el monasterio se fabrica la eternidad día a día, como modelo de vida armoniosa (¿reflejo de la civitas Dei?), que no obstante no es la promesa de un futuro, ya que su visión, la de Onfray, tiende a considerar un tiempo cíclico que tras el ascenso, es seguido por el descenso y el derrumbe, con el motor del principio de entropía en acto, y la resistencia a tal principio es absoluta vanidad. Allá, llega a la conclusión de que si el hombre construye sobre arena que decía Agustín, entre aquellas paredes, los hombres construyen la eternidad, sobre sólidas bases espirituales.

No hubiese sorprendido que alabase el modelo de los falanterios de Fourier, pero las maravillas del monasterio… realmente sorprendente, aunque cualquiera que siga al normando estará curado de espanto ya que en ocasiones aparece por donde menos se le espera, esta nueva lectura, intempestiva en su enfoque, en este pensador que tiene por hábito denostar a todas las figuras admiradas, como es el caso de Marx, Freud, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, entre otros; no privándose de considerar al santo como un obispo movido por ambiciones políticas destacables, lo que no quita para que se sirva de algunos textos aludidos para practicar el efecto espejo con la actualidad y la caída del imperio occidental… mas si en la caída de Roma su predicador recurría a a que fuese sustituida por la ciudad de Dios, Onfray no encuentra salida, sino a lo más la búsqueda de un sosiego espiritual, que en su estancia monacal ha hallado encarnada en los que allá oran y laboran, y con ellos coincide en que «vivir sin espiritualidad es estar muerto», admitiendo que cada cual busca la luz en donde cree poder hallarla (en la sombra Plotino y su emanentismo). Michel Onfray se cura en salud, al señalar que sin haber salida sí que hay una cierta medicina que consiste en llevar una vida filosófica…y en estos tiempos de espera, la comparación que se le ocurre es la del cristianismo primitivo, el del tiempo de las catacumbas, representado en cierta medida por los monjes – con el prior de la abadía en unos tonos sosegados discute sobre el bien y el mal, acerca de la responsabilidad de Dios en la desastrosa marcha del mundo – y por quienes huyendo del alboroto de los altavoces de la sociedad actual, viven filosóficamente (¿los monjes?);… «hemos vuelto espiritualmente a los tiempos del cristianismo primitivo, al mismo tiempo que nuestra sociedad ha renovado sociológicamente con la ley primitiva de las hordas prehistóricas en las que los machos dominantes conducen tribus que siembran el terror a su paso con la bendición de machos dominados acompañados de sus mujeres, ellas también sumisas»… y en las líneas que se cruzan en la vida de cada cual, la línea de fuga de Onfray ha escapado de una línea de fuerza o poder, siguiendo la terminología de Gilles Deleuze, atreviéndose a vivir justo en el ambiente propio de quienes creen en lo que él no cree, y se marca habitualmente como tarea desenmascararlo…como ateo militante. Intercambio que se me antoja en el vacío ya que entre ambos se da, o debería darse, un différend – que diría Lyotard [«A diferencia de un litigio, un différend sería un caso de conflicto entre dos partes (al menos) que no podría darse por resueltos equitablemente a falta de una regla de juicio aplicable a las dos argumentaciones», ya que como en este caso ambas partes se mueven en diferentes juegos de lenguaje: el del ateo y el del creyente, ambos militantes – que hace que a no ser que la cosa se reduzca a parole, parole, parole… a nada conduce desde el mismo punto de salida. Diré al pasar, y simplificando las cosas, que no le faltaba razón a Stendhal cuando decía que ante los males del mundo la única disculpa que tenía Dios era su no-existencia.

A veces, soy de la opinión de que a Michel Onfray le resulta imposible callarse y escribir, y así a veces desbarra, pudiéndose aplicar aquello de por la boca muere el pez… et lui même [pace Pessoa, ya que me inspiro en su caústico: por la boca muere el pez, y Oscar Wilde]. También es verdad de todos modos que frente al trajín continuo en que se mueve el sujeto, entre Caen y París, entre la revista que dirige y la universidad popular, y los platós televisivos y las editoriales, las entrevistas y las conferencias, estos días de retiro le habrán parecido el paraíso terrenal… celestial, no creo, aunque no sé.

Me viene a la mente una afirmación de su maestro, el ateo Nietzsche, que decía sentir algo en su interior al oír La Pasión según san Mateo de Juan Sebastián Bach; en paralelo, algo parece conmover sobremanera a Michel Onfray en la vida monástica… ¿contra la decadencia: el consuelo del monasterio?, y así lo confiesa ante los cánticos de los religiosos que le llevan al borde las lágrimas, a la vez que ensalza las misas en latín, Sanctus, Sanctus, Dominus Deus Sábaoth… y la añoranza de sus tiempos adolescentes en los que pretendía ser monje, pero… la gracia no le fue concedida. Tiens!

Esta entrada fue publicada en FILOSOFÍA, IÑAKI URDANIBIA, MICHEL ONFRAY. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario