237 RAZONES A FAVOR DE GEORGES PEREC

Por Iñaki Urdanibia

Contagiado por el espíritu lúdico del autor de, entre otras, La vida instrucciones de uso, y de La disparition (en castellano presentada como El secuestro) me he inspirado a la hora de elegir el título al que obviamente he robado la letra e, del mismo modo que lo hace la placa-aniversario que copia la típica de las calles parisinas, en esta recomendación encarecida de un libro al que la aplicación de lo bueno si breve, dos veces bueno, no es el tópico típico sino que en este caso resulta absolutamente justificado, hasta el desborde.

El libro en su pequeñez, 20×12, y su brevedad que no alcanza las setenta páginas, es un inteligente y juguetón acercamiento a Georges Perec, tanto en lo referente a sus obras, a su modo de entender la literatura, como a su vida, a sus filias y sus fobias: «Por qué Georges Perec», publicado por Ediciones La uÑa RoTa. El autor, Kim Nguyen Baraldi (Bruselas, 1985) entrega doscientas treinta siete razones (porque) a favor de reivindicar al escritor y leerlo. No cabe duda de que el belga, no cumple con el estereotipo de insipidez que a tales, a los belgas, se les atribuye en los chistes franceses, apostando por el juego, como queda desvelado desde la misma solapa, y perdóneseme que la transcriba, ya que creo que bien lo merece: «Cada 23 de junio el autor visita una librería y compra un ejemplar de La vida instrucciones de uso de Georges Perec, que deja en manos del librero o la librera con instrucciones muy precisas: regalarlo a una persona que aparezca por su librería poco antes de las ocho de la tarde. Este ritual es un homenaje personal a un escritor, que admira profundamente, y a su monumental libro, el cual sucede íntegramente en el instante de la muerte de su protagonista, Percival Bartlebooth, el 23 de junio de 1975, justo antes de las ocho de la tarde. Para el autor de este libro, la Bartleboothshour, es una manera de recordar a Georges Perec y de seguir encontrándole lectores». Si en lo anterior se ve la imaginación, el espíritu lúdico y el fervor del escritor hacia su admirado autor, en las páginas del libro se sale en el terreno de lo ocurrente, de los imaginativo, de la gran admiración hacia la persona de Perec y con respecto a sus obras.

A modo de deslumbrantes y desbordantes flashes, Kim Ngnuyen da sobradas pruebas de su lucidez, de su imaginación y de su increíble capacidad de síntesis que le lleva a penetrar en los entresijos personales del escritor, la ausencia de su madre llevada al lager de la muerte, según las averiguaciones de Patrick Modiano en el mismo convoy en el que deportaron a Hélène Berr, la soledad y el vacío que le invadió al chiquillo, sus amistades y ayudas por parte de Raymond Queneau, su cercanía, y participación, con el OuLiPo (Ouvroir de Líttérature Potentielle), su afición por imponerse restricciones en su escritura, siguiendo ciertas regularidades matemáticas, y su atracción por los palíndromos, crucigramas, lipogramas y otros -gramas; su relación con los juegos le llevó a elaborar, con unos amigos, un tratado sobre el juego japonés Go!, y a ordenar siguiendo los movimientos propios del juego del ajedrez su novela inmueble-océano. Asoman los elogios de diferentes figuras de las letras como Ítalo Calvino, sus derivas y originales entregas autobiográficas como su W o recuerdos de la infancia, en donde ofrecía junto a las pinceladas de su infancia una distopía que mucho tenía que ver con el culto a la fuerza y al cuerpo de los rubitos de la peña parda…a lo que se han de añadir sus listas en las que enumeraba los lugares en los que había habitado, en los que había escrito, en los que había dormido, y…su dedicación propia de un entregado flâneur por las calles de la capital del Sena, el cementerio de Père Lachaise o Saint Sulpice como algunos de sus lugares favoritos. O los destinos, que no llegó a vivir pero que imaginó con preciso detalle, de los que buscaban la vida, huyendo de la bestia parda, al otro lado del charco y eran pasados por el filtro de Ellis Island. Y Las cosas, tomando de pulso de los objetos y modas de la época, de los sesenta, sin dejar de lado su afición a las clasificaciones, Pensar / clasificar, 53 días…o su increíble capacidad de convertir cualquier objeto o asunto de apariencia insignificante, cual trapero-Midas, en centro de su interés y su elevación a oro narrativo; aspecto que qué duda cabe se le ha contagiado a Kim Nguyen que enfoca algunos detalles de apariencia banal y hasta insustancial, que quedan elevados al niveles esenciales. Sin olvidar sus elogios a Robert Antelme, a quien dedicó unas sintientes páginas, autor de la imprescindible La especie humana, aseverando que era el más logrado retrato del universo concentracionario, puesto en marcha por el nacionalsocialismo. No queda en el olvido tampoco el aspecto que lucía, su perilla y su pelo rizado…su afición al cine y sus pinitos dirigiendo algún film, su mujer Paulette Petras…y algunas más.

Y los gatos, y los cigarros, y… muchas flechas más, lanzadas, como azarosas tiradas de dados, por Kim Nguyen, que delimitan, comportándose en rizoma, a ese original ser que respondía al nombre de Georges Perec lo que hace que al siempre ocurrente Enrique Vila-Matas, no le falte razón, al decir, refiriéndose a este libro, que estamos ante «un libro perecobligatorio»…

Me permito incluir algunos artículos publicados dedicados al escritor francés:

https://gara.naiz/eus/paperezkoa/el-original-y-la-copia

https://archivo.kaosenlared.net/georges-perec-taller-de-autobiografia-potencial

carteldelasartesylasletras.wordpress.com / georges perec en la puerta insular de nueva york

https://archivo.kaosenlared.net/georges-perec-cosas-letras-juego-y-vida

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INSPIRACIONES CRÍSTICAS

Por Iñaki Urdanibia

Los evangelios, y los textos bíblicos en general, han dado para muchas interpretaciones, amén de fidelidades. Más allá de la creencia de la existencia real de ese personaje conocido con el nombre de Jesucristo, o de su rechazo, de lo que no hay duda es de que su sombra no es alargada sino alargadísima e influyente. Ser de carne y hueso o mero personaje conceptual, o literario [en este orden de cosas, la lectura de Michel Onfray me parece francamente acertada en líneas generales: https://kaosenlared.net/michel-onfray-lector-de-la-biblia/], su figura permanece y sirve como ejemplo para tirios y troyanos, o por decirlo de otros modo más transparente: para creyentes y no creyentes.

Dejando de lado a los poseedores de la fe, lo que sí que destaca es su presencia, a nivel metafórico o similares, para no pocos ateos, materialistas, etc. No es cosa de pasar lista, pero ahí están los rastreos de Alain Badiou, Slavoj Zizek (véase de este, además, su elogio del cristianismo frente a las corrientes new wave o similares en su Frágil absoluto) o Giorgio Agamben, por las epístolas de san Pablo: para los primeros figura que representa similitudes con Lenin, en la medida que más allá de los orígenes, el de Tarso abría la puerta a la afiliación voluntaria a una doctrina y a militar en pos de ella; por su parte, el último de los nombrados, ponía el acento en el mesianismo presente en algunas de sus epístolas. Que desde la izquierda, incluidos los marxistas, se han dado combinaciones que en su tiempo se traducían en unos intentos por acercar el compromiso cristiano con el marxista, baste recordar a nivel cercano a los García Salve, González Ruiz (Creer es comprometerse), Josep Dalmau (Distensiones cristiano-marxistas) o un poco más lejos, a Jean-Yves Calvez, Roger Garaudy, o en una mirada más amplia muchos de los representantes de la teología de la liberación (ejemplos destacados en el plano teórico: John Arthur Thomas Robinson o Harvey Cox), que no se privaban a la hora de acercar ambos compromisos, por no referirnos a algunos curas guerrilleros como el colombiano Camilo Torres o en su momento, el nicaragüense Ernesto Cardenal. No seguiré por ahí, mas sí diré que vienen provocadas estas saltarinas líneas por un par de libros de los que quisiera dar cuenta.

La últimas horas de Jesús

El psicoanalista italiano Massimo Recalcati, centra su detallista mirada en su «La noche de Getsemaní», editado por Anagrama, y realiza una lectura con clara intención de relacionar el pasaje evangélico con nuestro hoy, humano, demasiado humano. El pasaje es conocido para cualquiera que se haya acercado a las versiones de los evangelios, o haya asistido, por hache o por be, a clases de historia sagrada o a sesiones de catequesis, o similares.

Jesús, finalizada la última cena, se dirigió al Huerto de los Olivos de Getsemaní, lugar al que solía acudir a orar con sus discípulos. En aquella ocasión se cruzan varias cuestiones que exprime Recalcati: dos traiciones de características bien diferentes, la una, la de Judas Iscariote, a cambio de una miserable cantidad de dinero, la otra, la de Pedro, que negó tres veces a su señor – como éste había predicho – por temor a las consecuencias que tal amistad pudiese acarrearle. Las diferencias entre ambas son notables, en la medida en que el primero se vio empujado a poner fin a su vida al no poder soportar la culpabilidad por su denuncia; el segundo, lloró amargamente y fue perdonado, hasta el punto de que acabó siendo la piedra sobre la que se eregiría la Iglesia [ciertas versiones gnósticas, entre otras, otorgarían un mérito importante a Judas en la medida en que fue el que facilitó, un beso como señal, a que Jesús llevara a cabo la misión redentora… por ahí no va la obra que comento, y tampoco iré yo]. Fue un acto de venganza, movido por la envidia, y según algunos debido a la falta de coraje del maestro, según las versiones que consideran a Judas como un zelote que luchaba con furia contra el dominio romano y Jesús le parecía blando en exceso. Junto a la cuestión señalada, afloran otras de mayor pertinencia en lo que hace a la condición humana, en especial en estos tiempos: la soledad de Cristo, inmensa en la medida que Dios-Padre guardó absoluto silencio, sin prestar consuelo alguno a quien mostraba un hondo temor a la muerte que le esperaba (Eli, Eli Lama Sabactani), sintiendo el absoluto abandono en que se hallaba.

Los humanos arrojados al mundo sin agarraderos firmes, y, como decía Albert Camus, el mundo no nos dice nada; ese silencio es la vía del absurdo del que hablase el autor de El mito de Sísifo; acerca de ese silencio sepulcral de Dios, Stendhal lo solucionaba diciendo que la única disculpa que tenía Dios es su inexistencia.Y Recalcati sirviéndose del psicoanálisis rastrea por la angustia, el miedo a la muerte, la desesperanza, la debilidad humana, etc., y con verbo lírico se acerca al episodio nombrado el autor, imagen del desterrado y el desposeido, y el abandono del padre para con su hijo, que se ve solo ante el cruel destino que le espera y del que no puede escapar, lo que le llevó a los bordes de la incredulidad. El autor desmenuza los hechos y penetra en la interioridad de la lectura de los evangelios, hallando por los silencios de las líneas del relato, los sentimientos del desgarro… Es de noche y la música del silencio domina la escena, y allá la soledad del ser atormentado por el miedo a la muerte, el abandono, la desatención de sus discípulos y de su padre celestial.

La lectura de un marxista

Si algunos de los anteriormente nombrados, marxistas o neomarxistas, a los que podría añadirse, por ejemplo, a Antonio Negri y Michael Hardt, reivindicando a Job como ejemplo de tenacidad, recurren a dichos textos a nivel metafórico, Terry Eagleton (Salford, 1943) en su «Jesucristo. Los Evangelios», presenta los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan al pie de la letra como fuente del Cristo real, no literario, ni conceptual, sino que el británico busca en dichos textos, y en el ejemplo del retratado en ellos, el impulso revolucionario, ya que según su concepción Jesucristo era un revolucionario y en las lecturas mentadas intenta hallar los argumentos que den cuenta de lo afirmado; postura que en ciertos aspectos deja ver unos aires de familia con el comunismo cristiano que reivindicase Gianni Vattimo. En su devoción llega a proponer una teología de izquierdas al tiempo que reivindica una ética solidaria (pueden verse su Dulce violencia, La idea de lo trágico, editado por Trotta, y Los extranjeros. Por una ética de la solidaridad, editado por Paidós), que es de imaginar que hará las delicias de los teólogos de la liberación, comunidades de base y similares. La lectura se desarolla siguiendo, como queda señalado, los evangelios sinópticos o canónicos, a los que añade el de Juan; obviamente deja de lado los relatos presentados en los gnósticos, los apócrifos… Me viene a la cabeza en la medida en que paso las páginas aquella distinción que hiciese Albert Jacquard, en su Dieu?, entre el Credo y el Sermón de la montaña, quedándose con el segundo texto, ya que éste no exigía fe, ni creencias duras sino guías de conducta.

No es baladí que se parta de dar por hecha la existencia de un sujeto que correspondía el nombre de Jesucristo, cuya vida y milagros son los narrados en los evangelios canónicos, bien reelaborados, retocados, etc. por los escribas eclesiásticos, sin mostrar ninguna duda acerca de la fecha de los hechos referidos, la fecha de escritura de dichos textos y su más tardía publicación, de donde se deduce, o se debe deducir, que la cosa no es muy fiable que digamos…lo que podría llevar sin rizar rizo alguno a un absurdo o a los que se tercie, ya que si se da por válida una premisa falsa, como la afirmación de que el rey de Francia es calvo, de una falsedad se puede seguir cualquier cosa; cierto es que de pasada Eagleton deja constancia de las distantes fechas de la escritura de los textos de los que hablamos con respecto a los tiempos de la supuesta existencia de Jesús; reitero que Eagleton da por absolutamente real. Otra cosa, bien distinta, es tomar lo relatado en los textos de los que hablamos como literatura, cuyo personaje central es Jesucristo lo que vendría s ser similar a hablar de el Quijote, de Oblomov, madame Bobary… o de cualquier otro ser de ficción, aunque la diferencia no es solamente de grado en la medida en que en el nombre de Cristo se ha puesto en pie una poderosa institución eclesial con sus funcionarios y jerarquías, bancos y una amplia cohorte de seguidores. Vamos que al que esto escribe le escama sobremanera que cualquiera que se ciña a un mínimo rigor no puede tomar los evangelios como un irrefutable testimonio histórico. Dejando, no obstante lo dicho de lado, lo que es mucho dejar, Terry Eagleton defiende – como queda dicho – la tesis de que el ser presentado por lo evangelistas es un ser revolucionario, no al estilo de Lenin o Trotsky, como él mismo dice, sino como un revolucionario espiritual, que se posiciona con los de abajo frente a los poseedores del poder, en especial religioso; del lado de los enfermos, pecadores, desposeídos, pobres, marginados, proponiendo a su vez un nuevo orden, siempre con el pacifismo como guía (sin olvidar sus propuestas del fuego o la espada que declaraba venía a ofrecer, o los latigazos a los mercaderes del templo). Eso sí, no diré que lo importante está en los detalles, pero el pretendido argumento de fuerza de recurrir a Hugo Chávez que decía que Jesucristo era «el mayor socialista de la historia», en fin…

El entregado cartógrafo del continente-cultura que responde al nombre de Terry Eagleton (baste ver sus Cultura, Cómo leer literatura, Esperanza sin optimismo, sin obviar su elogio y actualidad de Marx en su Por qué Marx tenía razón), introduce los evangelios nombrados, entregando valiosas pistas sobre la época en que se sitúa la vida del personaje reivindicado, en medio de zelotes, fariseos y romanos a distancia, que, por lo demás, son presentados tal cual en su íntegra integridad, con algunas notas aclaratorias del autor de la recopilación, que inciden en las lecciones de cara a la problemática de los tiempos actuales,… siempre disculpando al personaje de cualquier pretensión, en sus palabras, de ser el mesías, la encarnación divina, el redentor, o el rey de los judíos en sentido estricto; pretendidos encargos puestos en su cuenta por sus enemigos y también por sus fieles seguidores.

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FRANCIS BACON VISTO POR OTROS

Por Iñaki Urdanibia

Las inquietantes pinturas de Francis Bacon (Dublín, 1909 – Madrid, 1992), acompañadas de su vida hors norme (excentrico, autodidacta, lector apasionado, viajero inagotable, jugador, noctámbulo, alcohólico, provocador, autodestructor), han originado no poco desagrado, críticas sobre la crudeza sanguinaria de algunas de sus imágenes, verdaderas confesiones de la carne y expresiones crudas del dolor, ocupando no pocas miradas y provocando abundante literatura, también opiniones elogiosas, más allá del campo de los puros especialistas de la esfera pictórica: ahí están los acercamientos de Gilles Deleuze, Michel Leiris, Philippe Sollers, Milan Kundera, etc., etc., etc. Celebrado como pintor de la violencia de lo verdadero, y según el último de los nombrados, que le asocia con Samuel Beckett, «los retratos de Bacon son la interrogación sobre los límites del yo».

Ahora un par de libros pintan al artista desde diferentes perspectivas: por una parte, Fernando Beltrán (Oviedo, 1956), y por otra, un libro à deux: Frank Maubert y Stéphane Manel. El primero de la pareja nombrada, amigo del irlandés, ya había publicado algunas conversaciones mantenidas con él*.

En la piel de Bacon

El ovetense, un ser que abarca un amplio abanico de actividades culturales, se convierte en el pintor en sus últimos días en su logrado «Bacon sin Bacon», publicado en Árdora Ediciones. Más que en su piel, se mete en su mente en deriva libre y terminal. Una mente en movimiento continuo que revisa su presente, que se agota, y su vida anterior, y se explica ante las habladurías, algunas ciertas, que han rodeado su figura; explicándose a sí mismo sus avatares existenciales y, ya de paso, dándonos a conocer a los receptores de sus, cavilaciones, convertidas en verdaderas y clarificadoras confesiones.

Fernando Beltrán logra a mi modo de ver, con sobrado éxito, su transfiguración, ya que expresa con plena exactitud el pensar y el actuar del pintor, lo que hace que no se pueda calificar al autor del libro de usurpador, ya que la sintonía, empatía y otras -ias quedan plenamente recogidas en los flashes que va desgranando a lo largo de más de ciento setenta páginas, que se prestan al retrato de Bacon al tiempo que ofrecen no pocas vías para la reflexión no sólo sobre el pintor, sino sobre la vida en general, sobre la época en que le tocó vivir, que en gran medida es la nuestra y sobre bastantes asuntos humanos, demasiado humanos, más allá del arte. Avanzamos por el horror, por el humor, por la basura, la carne y los colores, y por la concepción del pintor sobre su modo de pintar y actuar, desviándose del rebaño y de las escuelas o grupos…un combate contra los límites, siempre a su bola. Conocemos la recomendación de su madre que cuando le veía pensativo, aprehendido por estados de ensoñación, le ordenaba que se quitase las legañas. Y le vemos en garitos de dudosa fama, por no decir mala, y de no mejor vivir, en bodegas y en encuentros casuales…Además de sus correrías nos es ofrecida su visión acerca de la soledad, de la amistad, cosa distintas a los amigos que dice no tener, su inspiración en los rostros y su devenir otros yoes, del mismo modo que se nos desvelan sus inspiradores: Goya, Lucien Freud, Velázquez, y por las páginas desfilan una pléyade de personajes como César Vallejo, Jacques Derrida, Rainer Maria Rilke, Pedro Almodóvar, Alberto Giacometti con quien mantuvo estrecha relación y un posterior distanciamiento, Paul Cézanne, Gustave Flaubert, El Greco, Lezama Lima… Conocemos igualmente sus filias, y su admiración en especial de Francia, país del que le encantaba la belleza y exactitud de las palabras y las expresiones justas, y de Madriz, con sus oscuras bodegas nocturnas y sus colores pintureros: rojo, naranja, negro, en sus vívidas combinaciones, y… sus fobias… ante los pretendidos valores normalizadores y domesticadores.

En cierta medida las reflexiones que se presentan pueden ser consideradas como una especie de revisión de su trayectoria existencial, como si ya cerca de la muerte se dedicase el tiempo a un examen de conciencia, ya que se recogen fundamentalmente sus últimos días, que finalizaron el 28 de abril, y es acompañado por las monjas del hospital madrileño que le llevan a recordar su incredulidad y los lastres de su niñez en que la Virgen era adorada en el seno familiar… y le vienen a su lúcida mente las malditas creencias, a las que se opuso, del mismo modo que rechazaba la herencia del colonialismo.

No quisiera repetirme, pero en lo que uno controla por lecturas de sus conversaciones y observaciones anteriores ,de manera especial alguno de los analistas antes nombrados o su biógrafo Andrew Sinclair-Circe, 1995)… que retrata la vida de un hombre atormentado por las atrocidades de la condición humana, y siempre dedicado a la observación desde los tiempos de las bombas sobre Londres, vistas desde el mirador de tres ventanas.

El pintor en imágenes

En «Éclats d´une vie», publicado en Seghers, se da una combinación entre el texto y las imágenes; estas últimas no son, contra lo que cupiera pensar, reproduccioes de sus obras, sino que a través de diferentes dibujos se visita la vida y la obra del pintor. El seguimiento del retratado, por medio de brillantes destellos, nos conduce a un conocimiento de sus viajes, de su niñez irlandesa, de sus correrías nocturnas por garitos de Londres y Paris, o sus visitas al casino de Monte-Carlo, o por los bares de notoria mala fama de Tánger… una vida que chapotea en el caos al igual que su estudio de South Kensington, que quedaría anulado en sus grandes exposiciones (cómo no recordar la del parisino Beaubourg – forma popular de nombrar al Centre Georges-Pompidou – celebrada en 1996, a la que tuve la ocasión de asistir).

Franck Maubert y Stéphane Manel, el primero pone el texto y el segundo los dibujos que casan como un guante en su imaginación creativa, entregan una obra en que se despliega, a la par de la travesía de Bacon, una panorámica cultural del siglo pasado, al darse un acercamiento a los amigos y a otros artistas admirado por el irlandés, sin obviar los artistas que influyeron en su quehacer; y… sus amantes, sus marchantes y galeristas, sus relaciones amistosas, su bulimia lectora, en el siempre presente escenario del arte. Sus encuentros con diferentes pintores como Pablo Picasso, David Hockney, Walter Sicket, Alberto Giacometti entre otros, y los artistas que le inspiraron, y cuya influencia no ocultaba Bacon: Van Gogh, Monet, Velázquez, Munch… lo que hace, reitero, que a través del paso de las páginas nos demos un garbeo, como si fuésemos consumados flâneurs, por los pagos del arte del siglo pasado.

Nada que ver con los tics o el engolamiento propio de los críticos y especialistas, los autores nos guían con verbo sencillo por los procesos creativos baconianos… fragmentos y pinceladas son el medio con que se transmite la poliédrica figura del artista. Se ve que los autores, que no esconden su gran admiración por el pintor, pisan con pie firme y seguro el terreno por que avanzan; la amistad de Maubert le convierte en testigo privilegiado de las andanzas de Bacon, con quien ha compartido amistad y compañía; Maubert asistió junto al pintor a diferentes antros en los que Bacon se convertía con rapidez en el centro de atención y en verdadero animador del cotarro, y cuando la marcha parecía decaer sacaba el Ventolín; las palabras y las imágenes se hacen eco, sin ignorar la indiscutible labor de los editores a la hora de cuidar la presentación de las imágenes y las frases entresacadas con mimo en esta novela gráfica.

«Los retratos de Bacon os persiguen cuando habéis cesado de mirarlos; persiguiéndoos hasta espantaros. Su obra puede ser leída como una autobiografía cuyos autorretratos son los destellos de un espejo roto, los de una vida en trozos. Y, en cada uno de esos fragmentos, puede leerse la quintaesencia de su arte».

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( * ) En el enlace que ofrezco, centrado en otro pintor, Giacometti, se ofrece en la segunda parte, un comentario sobre el libro de conversaciones de Maubert con Francis Bacon:https://archivo.kaosenlared.net/alberto-giacometti-la-precariedad-de-los-humanos/

Alberto Giacometti, la precariedad de los humanos – Kaos en la red

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CONTRA LA DOMESTICACIÓN

Por Iñaki Urdanibia

Leído el título del libro que traigo a este artículo, me vinieron a la cabeza unos cuantas obras de título, y supuesto tema, parecido: «Résister en politique, résister en philosophie avec Arendt, Castoriadis et Ivekovic» de Marie-Claire Caloz-Tschopp (La Dispute), «Résistances philospphiques» de Véronique Bergen (PUF), o «De la resitencia. Una filosofía del desafío» de Howard Caygill, editado por Armaenia, y dejo de lado otras obras de títulos que indican una orientación similar, filosofías del no (decía el filósofo francés Alain que pensar es decir no); y es que el título del libro de Carlos Javier González Serrano, editado por Destino, lleva por título: «Una filosofía de la resistencia. Pensar y actuar contra la manipulación emocional», lo que conduce a la asociación indicada.

El libro, no obstante, no coincide ni el enfoque, ni el terreno que pisa con las obras mentadas con anterioridad, ya que éstas se centran de manera clara y neta, fundamentalmente, en el terreno de lo político, mientras que la obra de González Serrano tiene como centro la importancia de lo pedagógico en la formación de sujetos autónomos que huyan de la obediencia a los cantos de sirena de los poderes, que sea capaces de romper los grilletes que le encadenan a la servidumbre o al rebaño sumiso y obediente.

Desde Friedrich Nietzsche a Gilles Deleuze, y si se me apura, a su manera, hasta Michel Onfray o Peter Sloterdijk, hay una corriente en el pensar que hace buena la afirmación del primero, señalando que el objetivo de la filosofía es dañar la estupidez, o dicho de otra manera, resistir a los clichés y a los procesos de domesticación.

En este orden de cosas, nadie, al menos en mi opinión, estará en contra de las posturas que va desgranando el autor del libro que comento, en dirección a, en el proceso educativo, crear seres autónomos, que piensen y decidan por sí mismos, que sean capaces de hacer suya la prescripción de Kant: sapere aude!, incidiendo el autor en los males o peligros que acechan y que se tratan de imponer desde el karaoke dominante…cierto es que cualquier BO ya sea del Estado como de las Autonomías, que se precie, habla de la educación como sistema que ha de formar personas autónomas, y otras lindezas, que al fin y a la postre se quedan en mero papel mojado para lucir los boletines señalados, ya que posteriormente los colores o propuestas que se tratan de imponer van por otros derroteros completamente ajenos al objetivo nombrado.

Entre las vías propuestas que el autor del libro señala, como dignas de ser combatidas, están las tendencias a reducir las cuestiones esenciales al privatismo, así lo llama, que pretende que la responsabilidad acerca de la formación, y demás, recaiga sobre el individuo, ajeno a cualquier visión colectiva, con la invitación de que cada cual sea empresario de sí mismo (me vienen a la mente las posturas señaladas con tino por Byung-Chul Han) en una constante lucha de sálvese quien pueda en una dinámica plenamente competitiva, señalando que el autoconocimiento, la autoayuda y otras zarandajas -auto, o coaching son el apoyo fundamental para el éxito individual. Coplas, las nombradas, que formatean a quienes reciben los mensajes y los contenidos en un proceso educativo enfocado más que nada al pretendido ascenso personal, en especial en lo que hace a los intereses empresariales… Recuerdo haber leído hace años que el tipo de formación que se iba implantando pretendía crear zoquetes para la producción: es decir empleados, con un barniz en todos los quehaceres necesarios, y que estuviesen dispuestos a obedecer más que a pensar, lo que podría suponer, esto último, discrepar o rebelarse ante la cadena de mando, y de producción.

El acento es puesto, como queda señalado, en el campo educativo y más en concreto en lo que él denomina emotiocracia (la dictadura de las emociones propia de de la sociedad de consumo), que se impone con las contantes llamadas a consumir, a poseer más que a ser, por usar la distinción de Erich Fromm. Este bombardeo permanente, guiado por los correspondientes algoritmos, moldea los deseos y las emociones del personal, lo que está lejos de subrayar la consecución de seres responsables, autónomos, independientes como humus de una ciudadanía cabal; lejos de las tendencias individualizadoras, que se muestran ajenas al carácter colectivo, ergo ciudadano, Carlos Javier González Serrano enfatiza en la importancia de la educación como camino hacia la formación de ciudadanos empapados en el humanismo y en las humanidades frente a la invasión monopolizadora de las nuevas tecnologías y la primacía de la ciencia, como nueva religión, poniendo el acento para ello en la importancia de que en las aulas fluya la pasión, la pasión por aprender y por enseñar, en un proceso, bidireccional, que interrelacione ambos polos: el del educador y el educando. Entre las numerosas referencias a las que recurre el autor, que quedan claramente señaladas en la amplia bibliografía final y salpicadas a lo largo de las páginas del volumen, podrían destacarse, entre otras, las guías de Etienne de la Boétie, Henri-David Thoreau, Hannah Arendt o Simone Weil, por no alargarme.

No quisiera concluir sin referirme al retrato un tanto desfigurado que en las páginas 167 y 168 se ofrece de las posturas de Michel Foucault sobre las relaciones entre saber/poder; en él se relaciona al de Poitier con su visión del poder centrado en el Estado, cuando precisamente el autor de Vigilar y castigar, incidía de manera absoluta en el carácter bifronte del poder (nada que ver con el Estado, ni con la figura de éste, como un sujeto situado en un arriba decisorio e impositivo…), de los poderes podría decirse con mayor precisión, negando el carácter meramente negativo y opresor y dando paso a señalar el carácter productivo del Poder (con y si mayúsculas), que se filtraba en una microfísica estudiada por el pensador francés, que entregó numerosas páginas a desvelar las tecnologías del yo, como formas de crear subjetividades, de domesticar… a través de saberes, técnicas, instituciones y posturas que suponían y suponen un continuo con las relaciones de poder, biopolíticas… alcanzando no solamente a las mentes sino también a los mismos cuerpos.

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SOMBRAS DE LOS PODERES DICTATORIALES

Por Iñaki Urdanibia

Con la exquisitez que le caracteriza, Shangrila publica un par de libros colectivos que, de uno u otro modo, nos acercan diferentes aspectos de los crímenes, la violencia y su representación, entre otras en el campo de la estética. Ambientes realmente oscuros, cuya sombra es alargada tanto en lo que hace a sus huellas sobre quienes han padecido la represión, como para quienes han conocido las atrocidades cometidas, y las sombras de sus representaciones, tanto por sus ejecutores como por sus apólogos. Vamos por partes.

Escenarios de lo abominable

Hay libros que se leen de corrido sin que el lector se sienta alcanzado en su sensibilidad, no es el caso de los que traigo a este artículo. Refiriéndome al primero de ellos, a lo largo de su lectura, desde el inicio, lo descrito nos toca, nos alcanza en lo más íntimo, hasta el punto de provocar desasosiego y hasta malestar, al ver lo que algunos hombres han hecho a otros, al parecer sin inmutarse… ya sea porque el deber se lo exigía, según decían, y/o por ser seres de una sensibilidad nula; no diré inhumana ya que el hombre, ese extraño animal, es capaz de lo mejor y de lo peor (se lee en Antígona de Sófocles: «Muchas cosas asombrosas existen, y con todo, nada más asombroso que el hombre»). Es de subrayar, de cara a reafirmar lo que digo, que dos de los primeros testimonios de la locura geométrica de los lager, una de las experiencias más brutales de la producción de cadáveres, mencionaban en su título a los humanos: Si esto es un hombre de Primo Levi y La especie humana de Robert Antelme; quedaba destacado así que quienes cometían las salvajadas no eran monstruos, sino que eran humanos… demasiado humanos, al igual que sus víctimas.

Vienen estas líneas provocadas, en especial, por una obra de explícito título: «Crimen, huella y representación. Espacios de violencia en el imaginario cultrural», libro coordinado por Anacleto Ferrer Mas y Jaume Peris Blanes, que recoge los trabajos de diez autores, incluidos los dos nombrados. Somos transportados a diferentes geografías y momentos en los que se puso en marcha la máquina de triturar seres humanos, y más en concreto a los lugares en los que se marcaban los cuerpos (como En la columna penitenciaria kafkiana) y las mentes, cometiéndose torturas, sometiendo a los detenidos a palizas, a malos tratos, programando procesos de despersonalización y muertes; en lugares de diferentes países: la Alemania del Tercer Reich, la España franquista y dos dictaduras latinoamericanas: Argentina y Chile.

Es a través de diferentes documentos, diarios, narraciones, testimonios fotográficos, o proyectos cinematográficos, como se dan a conocer los hechos, escenas de violencia, los lugares (guetos, campos de concentración, cárceles, espacios de trabajo forzado o reeducación moral y centros clandestinos de detención y tortura, sin obviar los cementerios) y las visiones sobre ellos, tanto de víctimas como de victimarios, según los casos. Las miradas son enfocadas hacia las subjetividades lo que hace que se entre en el terreno de lo simbólico-emocional; hablaba Ernst Cassirer de las formas simbólicas y por las páginas del libro planean dichas formas.

Tras una ubicadora introducción de los coordinadores de la obra, entramos en la primera sección dedicada al III Reich. Cuatro ensayos son dedicados al asunto. El primero debido a Vicente Sánchez-Biosca, ofrece imágenes, que acompañaban a las leyes racistas que se iban promulgando en el país, en las que se ve a los judíos como seres diabólicos, presentándose igualmente escenas de alguna película propagandística en la que se ven escenas de muerte en el gueto, y la inquietud que se palpaba en los vivos ante la maginitud de la tragedia impuesta. Anacleto Ferrer nos traslada a lo lager de Sobibor y Buchenwald, presentando una colección de fotos de algunos de los jerifaltes del lugar en estudiadas poses, al tiempo que se facilita el conocimiento de los lugares y de los personajes perpetradores de las tropelías al por mayor, aficionados por otra parte, a elaborar álbumes de su estancia en aquellos lugares de exterminio. Joan B. Linares, acompaña a Jorge Semprún en sus avatares en Buchenwald-Weimar, y en sus visitas posteriores al escenario concentracionario. Recurre para ello a los textos del escritor y se detiene en la descripción e historia del campo nombrado, y el uso de él, tras la derrota del nacionalsocialismo, por parte de los soviéticos. Concluyendo esta primera sección, hay una intervención de Ana R. Calero Valera sobre los cementerios en una novela de Thomas Harlan, en la que se da cuenta, por otra parte, del aparato institucional sobre los campo santos de guerra, además de la visita a un cementerio concreto que alberga los restos de algún jerifalte nazi, muerto en extrañas circunstancias.

En las páginas dedicadas al franquismo, se recogen tres artículos: en el de Cristina Somolinos Molina, ésta recurre a varias narraciones que recogen los testimonios de mujeres en las cárceles franquistas, ampliando su mirada a otros escritos de mujeres más recientes. Sobre el Valle de los Caídos, y la estrecha ha relación entre arquitectura y poder, y su significación e historia se da cumplida cuenta en el ensayo de Zira Box. Sobre el carácter represor del Patronato de Protección a la Mujer, cuya presidenta fue Carmen Polo de Franco, y de sus funciones de control y rehabilitación de las mujeres desviadas de los debidos principios se ofrecen sobradas muestras, que son acompañadas de significativas fotografías.

Tres artículos acerca de los centros represivos en dos dictaduras latinoamericanas del Cono Sur cierran el volumen. Teresa Basile ofrece informaciones pormenorizadas sobre la Escuela Mecánica de la Armada, que fue uno de los centros más emblemáticos de detención, tortura y exterminio de Argentina, dirigiendo la mirada a las descripciones aportadas en una novela de Miguel Bonasso, Recuerdo de la muerte (1984), en la que confluyen los aspectos infernales del lugar y las subjetividades políticas, hurgando en las causas de la derrota de los Montoneros. Los otros dos artículos se centran en los aparatos represivos de la dictadura chilena: el primero de Jaume Peris Blanes que nos conduce por la historia de la Villa Grimaldi, convertida en Cuartel Terranova durante la dictadura, acercándonos al antes, al durante y al después del lugar… y los diferentes usos y significaciones. Por último, José Santos Herceg expone la resistencia, que convivía con los salvajes malos tratos, en los Centros de Detención y Tortura de Chile… convirtiéndonos en testigos de fugas, y de diversas muestras de creatividad de los detenidos.

La sombra en la estética

Bajo la coordinación de Marcos Jiménez González y Jaime Romero Leo, los ensayos de trece especialistas, los dos nombrados incluidos, son presentados en «El totalitarismo en las artes. Diálogos estéticos entre Europa y Asia Oriental», cuyo centro de gravedad es la huella y relación de los regímenes totalitarios con el arte, la arquitectura, etc. y la sombra alargada que todavía perdura en diferentes terrenos del pensamiento, la pintura, la moda y de la cultura del entretenimiento.

El libro se divide en dos bloques dedicados a Europa y Asia Oriental, sin dejar de lado Estados Unidos; no obstante, el Viejo Continente es el centro de presencia y difusión de los modos y maneras que emplearon los regímenes a los que se refiere la obra. Así, el primer bloque se abre con un ensayo de Marcos Jiménez González, en el que tomando como base la mirada de Susan Sontag sobre la Estética fascista, que suponía la estilización y estetización del nazismo y el fascismo, busca en producciones del presente en el campo de la cinematografía hoolywodense la presencia de tales rasgos. El paso siguiente, centra su mirada en la manera en que los signos y personajes totalitarios son representados en la narrativa y en el séptimo arte. María Marcos Ramos y Javier Sánchez Zapatero, centrándose en tres películas, dejan constancia de que los victimarios son presentados en éstas sin ninguna profundidad histórica, llamando las cintas más a la emoción que a la razón; proponen por su parte, que es necesario que se de una visión de tal tipo de personajes, no como seres singulares con sus fobias y manías, sino que sus actuaciones correspondían a un régimen bien engrasado, el franquista. Hablan de la creatividad mancillada, expresión tomada de Rafael Argullol, Jorge Latorre y Oleksadr Pronkevych, presente en varias películas del cine soviético, buscando aires de familia con el quehacer de alguna cineasta germana, y la posterior huella que tales producciones han dejado en obras posteriores, en que, en cierta manera, sigue funcionando la misma tendencia iconográfica. Otras experiencias audiovisuales son visitadas, como los videojuegos, que separa en mayor grado al creador del espectador; en ese orden de cosas, Alejandro Lozano analiza algunas obras, destacando de manera especial, Paper, please, al sacar a relucir con mayor claridad las características del juego en la difusión de la figura del funcionario anónimo al servicio de un Estado totalitario, derivando hacia las cuestiones relacionadas con el disfute que producen dichos juegos, lo que le lleva a referirse a la banalidad del mal arendtiana. A modo de puente entre este bloque y el siguiente se mueve el ensayo de Mariano Urraco Solanilla y Mario Ramos Vera que toman la adaptación al formato teleseries la novela ucrónica de P.K.Dick: El hombre en el castillo. Recurren en primer lugar a una labor de contextualización en los aspectos teóricos y visuales compartidos por el fascismo y el nazismo, para posteriormente poner el foco en los aspectos relacionados con el sistema educativo que se impuso el el Este de los USA, tras la victoria de las fuerzas del Eje, y los valores que se difundían en el medio escolar.

El segundo bloque se inicia con un desplazamiento a Japón y los valores de su Imperio, copia en cierto sentido a los empleados en los países europeos. Jaime Romero toma como punto de partida las afirmaciones de Otsuka Eiji sobre “el origen fascista de la cultura otaku”, buscando el humus, la Guerra de los quince años-1931-1945-, en el que se fueron desarrollando las propuesta estéticas que darían lugar al manga y al anime. Tras tal conflicto bélico enmarca su trabajo Lucía Hornedo en seguir la pista al escritor japonés Skaguchi Angoi, cuyas obras alcanzaron gran impacto en el tiempo pos-imperial y en las posteriores movilizaciones estudiantiles y otras, superando el autor, a pesar del ambiente militarista en que surgieron sus análisis, tales pagos ideológicos y abriendo las puertas a posturas más temperadas; acompañando a tales levantamiento con los traumas provocados por diferentes desastres naturales y provocados. Somos llevados por Teresa I. Tejada, a la violencia cultural en tiempos de la Revolución Cultural Proletaria, analizando los estrechos lazos entre propaganda y expresión artística en el arte: cartelería, literatura y proclamas revolucionarias. Toma como ventana para el análisis la novela en dos volúmenes de Yu Huan, Brothers (2005), en los que se da cuenta de la deriva que se produjo en tal movilización promovida por el Gran Timonel. El cine japonés, desde la posguerra a la actualidad, es presentado por Daniel Villa, quien tras una precisa contextualización histórica e ideológica, pone el foco en algunas muestras de producciones propiamente militaristas y en algunas otras que se opusieron a tales posicionamientos…presta atención a los filmes nipones premiados el el festival de Cannes, señalando que la presencia de las posturas militaristas han ido debilitándose, manteniendo, no obstante, su presencia. Concluye el bloque asiático, con un trabajo de Joseba Bonaut, sobre los destacados contenidos propagandísticos que dominan en los filmes de acción de gran éxito… y se detiene, en los casos de los videos del ISIS y en alguna producción de Corea del Norte, subrayando las características estéticas puestas al servicio de la propaganda.

N.B.: No hace falta ni decir que el libro va acompañado de imágenes de personalidades varias, escenas fílmicas, carteles de propaganda y fotos de monumentos y esculturas significativas… Mas eso es marca de la casa en todas los ensayos publicados por  la editorial Shangrila.

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¿MICHEL ONFRAY MONÁSTICO?

Por Iñaki Urdanibia

«-Di, loco, ¿tienes dinero? Respuesta: – He amado. – ¿Tienes villas, castillos, ciudades, condados y ducados? Respuesta: – Tengo amores, pensamientos, flores, deseos, trabajos, languideces, que son mejores que imperios y reinados»

                                                             Ramon Llull, Llibre d´amic y amat

No cabe la menor duda de que el filósofo normando adolece de una bulimia escritora y también lectora; esta vez, coincidiendo con una estancia en una abadía, regida por religiosos de la regla de san Agustín, la de Lagrasse, situada en Aude, se ha dedicado a leer los evangelios y sermones sobre la caída de Roma de san Agustín de Tagaste, dicho de Hipona que es de donde fue obispo. No limita sus noticias sobre su estancia para dar cuenta de dichas lecturas sino que también presenta la vida cotidiana de los monjes, sirviéndose de todo ello para continuar sus reflexiones sobre el declinar de Occidente, unido a la de la teología cristiana; también le ha servido la experiencia para un intercambio epistolar con el prior; ya con anterioridad había mantenido un diálogo con un rabino, Michaël Azoulay (véase su Dieu ? Le philosophe et le rabbin, editado por Albin Michel, 2022 ), obra en la que además de la religión y la espiritualidad, de Dios y del Mal, y la responsabilidad o no del primer sobre lo segundo; él, desde una cristiandad sin Dios (?), el otro desde su judaísmo, los dardos del filósofo van dirigidos hacia el supuesto antisemitismo de ciertos sectores de la izquierda, retomando la amalgama entre sionismo, judaísmo, judío y sionista, judío y semita…haciendo que el antisionismo se vea convertido por un mágico abacadabra en antisemitismo. Hablando de la decadencia occidental y cristiana, la hipótesis de Onfray es que existe una civilización musulmana, que está en alza y que supone grandes riesgos para su país, y por extensión para Occidente. No le duelen prendas a Onfray para mostrar su acuerdo con la posturas del choque de civilizaciones pregonado por Samuel Huntington y para poder ser incluido entre los islámofobos que en su país son legión.

No hace mucho me referí, el 21 de diciembre del año pasado -gazapos corregidos posteriormente-, a una obra suya que deconstruía la figura de Jesús (Michel Onfray, lector de la Biblia •https://kaosenlared.net/michel-onfray-lector-de-la-biblia/, en donde me refería a la obra y a alguna otra relacionada con el tema religioso. Parecería que Michel Onfray estuviese aquejado de una especie de ateísmo ventriíocuo, tembloroso, que se comporta como pepitogrillo que mantiene un permanente rumor en su mente, arrastrándole a preocuparse por la cuestión religiosa. En esta ocasión, en Bouquins se publica su «Patiente dans les ruines. Saint Augustin Urbi & Orbi», obra en la que centra su mirada sobre los textos de san Agustín sobre la caída de Roma, lectura que en paralelo pretende reforzar su posición acerca de la decadencia de Occidente. Si habitualmente se ha recurrido al denominado santo, dejando de lado las miradas más propiamente teológicas, para analizar el género autobiográfico en el texto inciático de las Confesiones (se lee en La Confession d´Augustin, Galilée, 1998, de Jean-François Lyotard: «la prosa del mundo deja el lugar al poema de la memoria, o más exactamente a la fenomenología del tiempo interior. Todo el pensamiento moderno, existencial, de la temporalidad ha salido de esta meditación: Husserl, Heidegger, Sartre…») inaugurando la escritura del yo que posteriormente practicarían los Montaigne, Descartes, Rousseau…, o de cara a señalarle como iniciador de la concepción lineal del tiempo, del progreso que conduciría a los humanos, a algunos ayudados por la fe, de la civitas terrena o diavoli hacia la civitas Dei, que supondría finalmente la neta separación entre el bien y el mal, dos ciudades enfrentadas, en la que el triunfo pertenecería a la segunda ya que estaba unida a Dios, o a la eternidad. Si la primera, terreno de la carne, se regía por la voluntad de poder, de acumular ganancias y bienes materiales, la segunda se encontraría en los bienes espirituales, como señalaba con énfasis en su De vita beata.

Más que la lectura en sí, y su aplicación al declinar actual, la experiencia junto a los monjes, que es presentada como una verdadera revelación, en la medida en que éstos siguen las enseñanzas de san Agustín y ponen en valor precisamente los valores del espíritu, más allá de las ventajas materiales, la competencia entre unos y otros, el sobresalir sobre los demás, en una continua competición, que son las monedas al uso en la sociedad actual, mientras que dentro de los muros del monasterio domina la fraternidad, lejos de las rencillas, envidias y zancadillas… allá viven, entregadas sus vidas a un ideal. Y Onfray asiste a los rezos, a los actos y ceremonias litúrgicos, ciñéndose al horario y a las costumbres de los monjes: de la celda al jardín, y de éste a la capilla, a la vez que habla con ellos y conoce sus vidas anteriores y sus decisiones para cambiar de vida, etc. Y como de si un proceso de expiación se tratara se dedica a las lecturas ya mentadas, y ante las previsibles sospechas acerca de una posible conversión del ateo que él es, aclara que ante las ruinas de la civilización judeo-cristiana, a la que precisamente ese ser de leyenda llamado Jesús ha servido de soporte, en estos momentos en que – según asevera Onfray – se derrumba a ojos vista, considera que tal doctrina y tal vida es la tabla de salvación más segura a la que agarrarse, contra lo peor, contra el infierno que amenaza, como un islote de esperanza y ejemplo. En el monasterio se fabrica la eternidad día a día, como modelo de vida armoniosa (¿reflejo de la civitas Dei?), que no obstante no es la promesa de un futuro, ya que su visión, la de Onfray, tiende a considerar un tiempo cíclico que tras el ascenso, es seguido por el descenso y el derrumbe, con el motor del principio de entropía en acto, y la resistencia a tal principio es absoluta vanidad. Allá, llega a la conclusión de que si el hombre construye sobre arena que decía Agustín, entre aquellas paredes, los hombres construyen la eternidad, sobre sólidas bases espirituales.

No hubiese sorprendido que alabase el modelo de los falanterios de Fourier, pero las maravillas del monasterio… realmente sorprendente, aunque cualquiera que siga al normando estará curado de espanto ya que en ocasiones aparece por donde menos se le espera, esta nueva lectura, intempestiva en su enfoque, en este pensador que tiene por hábito denostar a todas las figuras admiradas, como es el caso de Marx, Freud, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, entre otros; no privándose de considerar al santo como un obispo movido por ambiciones políticas destacables, lo que no quita para que se sirva de algunos textos aludidos para practicar el efecto espejo con la actualidad y la caída del imperio occidental… mas si en la caída de Roma su predicador recurría a a que fuese sustituida por la ciudad de Dios, Onfray no encuentra salida, sino a lo más la búsqueda de un sosiego espiritual, que en su estancia monacal ha hallado encarnada en los que allá oran y laboran, y con ellos coincide en que «vivir sin espiritualidad es estar muerto», admitiendo que cada cual busca la luz en donde cree poder hallarla (en la sombra Plotino y su emanentismo). Michel Onfray se cura en salud, al señalar que sin haber salida sí que hay una cierta medicina que consiste en llevar una vida filosófica…y en estos tiempos de espera, la comparación que se le ocurre es la del cristianismo primitivo, el del tiempo de las catacumbas, representado en cierta medida por los monjes – con el prior de la abadía en unos tonos sosegados discute sobre el bien y el mal, acerca de la responsabilidad de Dios en la desastrosa marcha del mundo – y por quienes huyendo del alboroto de los altavoces de la sociedad actual, viven filosóficamente (¿los monjes?);… «hemos vuelto espiritualmente a los tiempos del cristianismo primitivo, al mismo tiempo que nuestra sociedad ha renovado sociológicamente con la ley primitiva de las hordas prehistóricas en las que los machos dominantes conducen tribus que siembran el terror a su paso con la bendición de machos dominados acompañados de sus mujeres, ellas también sumisas»… y en las líneas que se cruzan en la vida de cada cual, la línea de fuga de Onfray ha escapado de una línea de fuerza o poder, siguiendo la terminología de Gilles Deleuze, atreviéndose a vivir justo en el ambiente propio de quienes creen en lo que él no cree, y se marca habitualmente como tarea desenmascararlo…como ateo militante. Intercambio que se me antoja en el vacío ya que entre ambos se da, o debería darse, un différend – que diría Lyotard [«A diferencia de un litigio, un différend sería un caso de conflicto entre dos partes (al menos) que no podría darse por resueltos equitablemente a falta de una regla de juicio aplicable a las dos argumentaciones», ya que como en este caso ambas partes se mueven en diferentes juegos de lenguaje: el del ateo y el del creyente, ambos militantes – que hace que a no ser que la cosa se reduzca a parole, parole, parole… a nada conduce desde el mismo punto de salida. Diré al pasar, y simplificando las cosas, que no le faltaba razón a Stendhal cuando decía que ante los males del mundo la única disculpa que tenía Dios era su no-existencia.

A veces, soy de la opinión de que a Michel Onfray le resulta imposible callarse y escribir, y así a veces desbarra, pudiéndose aplicar aquello de por la boca muere el pez… et lui même [pace Pessoa, ya que me inspiro en su caústico: por la boca muere el pez, y Oscar Wilde]. También es verdad de todos modos que frente al trajín continuo en que se mueve el sujeto, entre Caen y París, entre la revista que dirige y la universidad popular, y los platós televisivos y las editoriales, las entrevistas y las conferencias, estos días de retiro le habrán parecido el paraíso terrenal… celestial, no creo, aunque no sé.

Me viene a la mente una afirmación de su maestro, el ateo Nietzsche, que decía sentir algo en su interior al oír La Pasión según san Mateo de Juan Sebastián Bach; en paralelo, algo parece conmover sobremanera a Michel Onfray en la vida monástica… ¿contra la decadencia: el consuelo del monasterio?, y así lo confiesa ante los cánticos de los religiosos que le llevan al borde las lágrimas, a la vez que ensalza las misas en latín, Sanctus, Sanctus, Dominus Deus Sábaoth… y la añoranza de sus tiempos adolescentes en los que pretendía ser monje, pero… la gracia no le fue concedida. Tiens!

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MUNDOS ÉTICOS: 25 SIGLOS

Por Iñaki Urdanibia

Mucho se ha hablado y se ha escrito sobre el hombre, ese extraño animal capaz de lo mejor y de lo peor, del mismo modo que no poco se ha escrito sobre la filosofía, en sus diferentes ramas. En la presente ocasión se publica, en Acantilado, una obra de Volker Spierking (Fráncfort del Meno, 1947): «”Nada es más asombroso que el hombre”. Una historia de la ética desde Sócrates hasta Adorno»; una obra clarificadora del autor que anteriormente había visto publicarse una lograda obra sobre Schopenhauer, en Herder. El término ética procede del griego (ethos) cuyo significado era la morada, el carácter, la esencia, la costumbre, lo último es lo que avecina el término con moral (del latín: mos, moris = costumbre), y la confusión entre ambas que lleva a emplear los términos de manera indistinta. No entraré en este tipo de disquisiciones, tampoco lo hace el autor del libro que comento, aunque a lo largo de las páginas del libro, no teoriza o delimita ambas sino que practica, de hecho algunas de las reflexiones claves que se han dado a lo largo de la historia acerca de el bien y el mal (moral) que propone el comportamiento recomendable, y la reflexión sobre ello que se ha plasmado en las diferentes visiones éticas, que han tratado de interpretar la vida de los humanos y su comportamiento, y de proponer diferentes concepciones acerca del ser humano, de su maldad o bondad naturales, lo que hace que el campo de la reflexión ética haya ido unida a las diferentes concepciones metafísicas, y epistemológicas, de las que se parte, si bien con el paso del tiempo estos supuestos fundamentos se han debilitado hasta prácticamente desaparecer, como así se puede constatar al paso de las páginas del libro y de lo diferentes pensadores visitados (empezando por el mito y el logos y la sofística, para continuar con Sócrates, Platón, Aristóteles, Lucio Anneo Séneca, Agustín de Hipona, David Hume, Immanuel Kant, Georg Wilheim Friedrich Hegel, Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche y Theodor W, Adorno).

El subtítulo puede resultar engañoso, aunque el una inicial ya indica que no es la intención del filósofo alemán dar una visión exhaustiva y totalizadora; es decir, que el artículo deja la puerta abierta a interpretar que podría haber sido otra, basándose en otros autores, que de uno u otro modo han dedicado sus reflexiones al tema. Diré, en este orden de cosas, que los filósofos elegidos son sin lugar a dudas representativos, lo que no quita para que servidor (es cosa mía) eche en falta quizá una mayor atención a las escuelas postaristotélicas, del helenismo como los cínicos o los epicúreos, por ejemplo. Séneca y por extensión el estoicismo es visitado…pero bueno. Dar cabida a Spinoza y las afecciones y de las potencialidades del cuerpo, o del utilitarismo de Bentham o John-Stuart Mill, o el pragmatismo de Hilary Putnam o la ética educacional de John Dewey no hubiesen estado de más, pero cada cual tiene sus preferencias, y tampoco se puede abarcar todo (bastante se cubre en las casi quinientas páginas del volumen); dicho lo cual, cierto es que son todos los que están, y bien se lo merecen. Digo esto último teniendo en cuenta que, por señalarlo de manera un tanto pedagógica y como tal esquemática, que si los denominados presocráticos centraban su murada, fundamentalmente en la fisis (naturaleza) y en su arhhé (fundamento), y más adelante en la polis (ciudad-Estado), la ampliación de los límites a la cosmópolis supuso cierto baño de humildad y repliegue hacia la esfera ética, de cómo alcanzar la felicidad, y el modo de lograrlo por medio de una vida buena. Otra cuestión que sale a la palestra es que la exposición de los filósofos presentados no se limita al terreno de la ética, sino que se amplía a sus filosofías respectivas en general y a la deuda que inevitablemente tiene cada una de ellas con el contexto de su tiempo. Esto último no se tome como defecto, sino que a mi modo de ver es uno de los valores, añadidos, del volumen. No está de más añadir, otra cuestión que no es baladí, y se trata de que Spierling no entrega unos caminos cerrados, ni acerca de los que tome partido abiertamente, sino que deja la puerta abierta a un par de cuestiones de importancia: la decisión de los lectores que se hallan ante las diferentes opciones, y la adopción de los presupuestos que le resulten más aceptable y válidos para él y para el hoy que vivimos, lo que supondría el segundo de los valores añadidos. Precisamente, y como si se tratara de un muestrario, Spierling añade un Apéndice de una treintena de páginas en las que resume las posturas de los filósofos presentados con lo que se puede optar por comenzar por donde se considere de mayor interés para el que se acerque a la obra, lo que supone que se puede, no diré se debe, alterar el orden de lectura, o hasta evitar algunos de los pasos transitados, si bien esta última opción, de rompe y rasga, no parece desde luego lo más recomendable; y lo digo ya que no siendo la reflexión filosófica un pretendido saber acumulativo, sí que resulta de innegable interés el visitar los diferentes momentos en que se ubican los pensadores presentados para observar las diferentes problemáticas de época a la que responden sus posicionamientos, por cierto, los diferentes autores van precedidos por algunas pinceladas que presentan las épocas y las problemáticas propias de cada una de ellas.

No es una osadía, ni un rizar el rizo, mantener que a lo largo del libro asistimos a un rastreo, no respuestas, a las cuatro preguntas kantianas: qué podemos conocer, qué debemos hacer, qué nos cabe esperar, qué es el hombre… y en la persecución de la bondad, lo vemos en quienes centran el comportamiento ideal en la búsqueda de la verdad, en la guía de lo Bello, lo Verdadero y lo Justo, en una ética eudemonista, de la virtud, en ajustarse a la ley universal, en el cumplimiento del deber, también una ética deontológica con la ayuda de la fe, la reivindicación de la autonomía frente a la heteronomía, el plegarse a la razón y al logro de la libertad, el emotivismo, la mera descripción del comportamiento ético centrando lo ideal en la compasión, y ciertas tendencias disolventes de los límites de la verdad, finalizando con la propuesta de una responsabilidad que incluya el compromiso con las víctimas después de Auschwitz… y siguiendo a Volker Spierling navegamos por ciertos intentos de hallar los puentes o los pasadizos, entre el ser y el deber ser, entre lo descriptivo y lo prescriptivo, entre el conocimiento y el comportamiento… en este archipiélago constituido por las diferentes islas del quehacer humano.

Concluiré, aun a riesgo de enfatizar en exceso, que el libro, que nada tiene que ver con las monsergas y jaculatorias propias de la auto-ayuda y similares, es de gran interés ya que combina el rigor con la exposición clara y distinta, por hablar en cartesiano, lo que hace que pueda ser leído sin mayor esfuerzo por cualquiera que esté interesado por el tema.

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FILOSOFAR, LEJOS DEL TONO «GRAN SEÑOR»

Por Iñaki Urdanibia

«Que nadie, mientras sea joven, se muestre remiso en filosofar, ni, al llegar a viejo, de filosofar se canse. Porque, para alcanzar la salud del alma, nunca se es demasiado viejo ni demasiado joven»

                                                         Epicuro, Carta a Meneceo

No coincidía Hegel con el del Jardín, pues señalaba que la lechuza de Minerva emprende el vuelo al anochecer, o nada digamos de Aristóteles, quien en su Retórica, venía a generalizar la ineludible necesidad de la filosofía, afirmando, y lo digo de memoria, que si se filosofa porque se filosofa, si no se filosofa para explicar por qué no se filosofa, el caso es que siempre se filosofa.

Con respecto a la filosofía uno se podría sentir tentado a definirla como aquella disciplina que tiene como objeto definir, precisamente, cuál es con exactitud su objeto, y lo digo ya que los intentos por definirla, por elogiarla o por introducirnos en ella pueblan los anaqueles de las librerías y/o bibliotecas: solamente ciñéndonos a célebres filósofos, se puede ver que no pocos se han empeñado en definirla o similares: ahí están Martín Heidegger, Karl Jaspers, José Ortega y Gasset, Maurice Merleau-Ponty, Jean-François Lyotard, Alain Badiou o, por no engordar la lista, Gilles Deleuze y Félix Guattari.

Muchas de las obras introductorias, manuales, diccionarios han solido centrarse en el panteón de los filósofos a lo largo de la historia*, manteniendo algunos que la filosofía es un metasaber que engloba todos los demás, ¡por Atenea!, mientras que otro lugar común suele ser el de que no se aprende filosofía sino que se aprende a filosofar. Más allá de la definición etimológica (filos + sophia= amor a la sabiduría) o del papel otorgado, en especial, en el helenismo definiéndola como la búsqueda de la felicidad; el paso del tiempo y el desarrollo del conocimiento y de nuevas disciplinas ha supuesto que la filosofía se parcialice, se particularice, dedicándose unos a la ciencia, otros al lenguaje, los de más allá a la música, o a la religión, la política, la estética… u todavía otros, a una de las ramas particulares de dicha disciplina: la ética, la epistemología, la metafísica, la estética, etc., etc., etc. Siempre queda el consuelo de aceptar tal cual las definiciones ofrecidas por la RAE o similares: «Conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano»; o «La filosofía es, según su etimología, el amor a la sabiduría (viene del griego filos: amor y sophia: sabiduría). Es el estudio de problemáticas diversas como son el conocimiento, la mente, la consciencia, la ética, el lenguaje, la biología…»

Entre las obras que han tratado de poner al alcance de no-filósofos (o no duchos en el asunto), dos me vienen a la mente: por una parte, Louis Althusser, publicó allá por 1975, su Iniciación a la filosofía para no filósofos, que la verdad sea dicha era una introducción a su pensamiento por medio de sus conceptos clave (producción, ideología, praxis, ciencia, religión); la otra, debida al genetista Albert Jacquard, data de 1997: Petite philosophie à l´usage des non-philosophes, que era un repaso de la A a la Z, de asuntos filosóficos y ajenos a ellos, aunque con la mirada propia de: y así se podía ver sus pinceladas sobre el Otro, la Demografía, la Ética, Hitler, el Origen… Ahora, con título semejante se publica, en Herder, una obra singular de Fiedhelm Moser (1954-1999): «Pequeña filosofía para no filósofos» en la que el desenfadado autor a través de 21 textos breves presenta algunas de las cuestiones que han solido ser abordadas por la filosofía, también por el pensamiento ligado a la vida, avanzando más por las indicaciones de la filosofía mundana que por la académica, por recurrir a la distinción kantiana, si bien esta última, la académica, también halla su amplio hueco.

Tras un Prólogo en el que el autor confiesa su acercamiento e interés por la filosofía, aspecto que planeará a lo largo del libro, entramos en los veintiún flashes: El yo, La paradoja, La verdad, El amor, La soledad, El valor cívico, El trabajo, La evolución, La mística, La muerte, La libertad, El juego, La lógica, El tiempo, La igualdad, La información, El viaje, La guerra, La risa, El lenguaje y La filosofía.

No le falta humor a Moser (ser o moser, con perdón), y se desprende del tono de engolamiento y seriedad excesiva que muchas veces empapan este tipo de obras, de modo y manera que lo mismo nos cuenta algunas escenas familiares, que algunos encuentros personales, conversaciones escuchadas al pasar, entreverándolas con cuentos ocurrentes, con historias no menos interesantes, chistes, películas o videojuegos, que le van sirviendo para desplegar su mirada sobre los asuntos nombrados… me atrevería a decir que, en cierto sentido, estamos cerca de la pop-filosofía de la que hablase Gilles Deleuze. Lo recién afirmado no quita para que puntuales citas y referencias, a modo de cameos, de filósofos y escritores irrumpan por las páginas: Rousseau, Aristóteles, Tolstói, Kant, Pascal, Heráclito, Epicteto, Sócrates, Platón, Wittgenstein, Skinner, Freud, Marx, Nietzsche, etc. sirviéndose de tales compañías en su travesía; hilando con ellos y con su anécdotas e historias una red, o tela de araña, en la que confluyen además de filosofía, psicología, entomología, etología, mitología, etimologías… en un amplio abanico que no deja tiempo para el tedio, ni para los tiempos muertos. Ha de añadirse que al final de cada entrada se recomienda, alguna obra relacionada con el tema tratado, para seguir leyendo, y la verdad es que, en lo que alcanzo, las recomendaciones son realmente certeras.

El entretenido rastreo sirve bien para reflexionar con el autor sobre los temas planteados, si bien no es desdeñable la recomendación de Arthur Schopenhauer: «…las ideas puestas por escrito no son más que huellas que un paseante deja en la arena: uno puede ver el camino que ha tomado, pero para saber lo que él ha visto a lo largo del camino, ha de usar sus propios ojos».

Siguiendo las derivas del libro, que cumple, sin caer en tópico alguno, lo de enseñar deleitando, las rumias y el paladeo están servidos en asuntos que tocan el corazón de lo humano, de lo demasiado humano, abriendo de par en par las puertas de la reflexión.

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( * ) Aun a riesgo de abusar, me permito nombrar algunas de las obras dedicadas al acercamiento o a la presentación de la filosofía a la que aludía; conste que a pesar de la amplia lista, es seguro que me quedo corto a la hora de dar cuenta de la magnitud de la tragedia: las primeras dan cuenta de historias, diccionarios o manuales

Bréhier, Severino, Abbagnano, Hirschberger, Ferrater Mora, Copleston, la historia de La Pléyade dirigida por Yvan Delaval, Hottois, Cooper, Huissman, la historia de la Encyclopaedia Universalis, Bermudo, Delacampagne, Besnier, Christian Descamps, Descombes, la dirigida por François Châtelet, Störig, la de Miguel Ángel Quintanilla, Ferrater Mora, Jacobo Muñoz, Jesús Mosterín, Gustavo Bueno, D.J.O´Connor, Giovanni Reale y Darío Antiseri, Gilles Ménage… la Enciclopedia de filosofía- Oxford, le Vocabulaire de Barbara Cassin, Jacqueline Russ, Lalande, Michel Onfray,…

Libros titulados Qué es la filosofía o similares

Albert Jacquard, Víctor Gómez Pin, Xavier Rubert de Ventós, Carlos Thiebaut, Javier Sádaba, Kambouchner, Jean-Pierre Faye, Jenny Teichman y Catherine C. Evans, Roger Pol-Droit, Comte-Sponville, Bertrand Russell, Michel Gourinat, Ortega y Gasset, Martin Heidegger, Maurice Merleau-Ponty, Jean-François Lyotard, Gilles Deleuze et Félix Guattari, Jean-Luc Nancy, Pierre Hadot, Stephan Körner, François Dagognet, Juan Pedro García del Campo y Manuel Montalbán García, Emilio Lledó, Christian Delacampagne y Robert Maggiori, Karl Jaspers, Miguel Ángel Quintanilla, Jeanne Hersch, Martin Hollis, Michel Onfray, Dominique Janicaud, Kasimires Ajdukiwicz, José Echeverría, Felipe Martínez Marzoa, Dave Robinson y Judy Groves, Alain, Manuel Güell y Joseph Muñoz, Julián Marías, Antonio Millán Puelles, Neil Turnbull, Ricardo Yepes Stork, Danto, Thomas Ángel, Denis Huissman, Nigel Warburton, Jacques Schlanger, Anzenbacher, Alain Renaut, Darío Sztanjnszrajber, J.M.Bochénski, etc., etc., etc..

[No me tomo el trabajo de ponerlos en orden alfabético, ya que así casa mejor con el desorden proverbial de mi selva de libros].

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EL PRINCIPIO DE PRECAUCIÓN

Por Iñaki Urdanibia

«Quien espera que todo peligro sea evitado para desplegar las velas no saldrá nunca a la mar»

                                      Thomas Fuller

«La vida es un riesgo inconsiderado tomado por nosotros, los seres vivos»

                                      Anne Dufourmantelle

En los tiempos presentes domina la hipersensibilidad con respecto a los riesgos. La probabilidad de sufrir daños se aceleró, y se amplió al nivel colectivo, a raíz del nacimiento de la sociedad industrial. Las catástrofes ferroviarias, que hicieron decir a Lamartine, ante el primer accidente de tal tipo acaecido en Meudon en 1842, quejémonos, quejémonos, pero avancemos. La frase transparentaba la idea de progreso, viniendo a decir que para hacer una tortilla se han de romper los huevos, lo que a su vez se traduce en que si queremos un futuro mejor para nuestros hijos debemos pagar un precio por alto que sea. Ya Emmanuel Kant en su Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?, de 1784, avanzaba la idea de progreso como un consuelo y un sacrificio. Desde entonces mucho ha llovido, sobre todo aquí, y también las ideas acerca de los beneficios que promete el futuro han ido declinando hasta flotar en las aguas propias del naufragio…hasta el punto de que hasta en el vocabulario la palabra progreso ha sido sustituida, habitualmente, por innovación o similares. Hiroshima, los accidentes de diferente tipo, la amenaza de enfermedades varias, el temor a los ataques terroristas, etc… hacen que impere el principio de precaución: hay que estar atentos y tener cuidado para evitar los males que nos acechan. Recuerdo haber leído al siempre ocurrente Slavoj Zizek la mención que hacía de una costumbre que atribuía a los chinos, quienes cuando quieren desearte un mal, te desean tiempos interesantes; más allá del virgencita, virgencita que me quede como estoy, la puerta se abre a lo nuevo, a lo incierto, a lo inédito, a lo inesperado… lo que provoca una parálisis, que nos atenaza.

Tomando tierra, más bien agua, acabo de leer una obra de la filósofa y psicoanalista Anne Dufourmantelle (Paris, 1964 – Ramatuelle, 2017) de inequívoco y sorprendente título: «Elogio del riesgo», editado por Paradiso. La coherencia de la mujer fue absoluta, cuando el 21 de julio de 2017, falleció en la playa de Pampelonne, en Saint-Tropez, tras no haber dudado ni un instante al zambullirse en el agua y nadar con todas sus fuerzas para salvar a Guilhem, hijo de unos amigos, y a un colega de éste, que estaban a punto de ahogarse; su corazón falló, tenía 53 años; los niños fueron salvados.

Podría considerarse el primero de los cincuenta pequeños capítulos que componen la obra, en los que no faltan los tonos aforísticos y los poéticos, como un aviso de lo que vendría, no en las páginas, sino en su vida: Arriesgar su vida. Los flashes van asomando en una mezcla en que se cruzan ensayo, relato y diario íntimo, apuntando todos ellos a reflexionar sobre el riesgo de vivir en sociedad. No es la suya la postura de quien busca la seguridad garantizada en todo, pues tal es pura fantasía, sino que vivir consiste precisamente en arriesgarse, en avanzar a veces sin brújula en un tanteo, que se guía por la decisión alejándose del miedo, que no es sino el mejor camino para ser manipulado; la flecha señala al sapere aude kantiano, al tiempo que trae a la mente aquel miedo a la libertad del que hablase Erich Fromm, del que cualquier sujeto autónomo que se precie habrá de desprenderse, evitando la obediencia gregaria a las voces heterónomas de diferente pelaje.

Con al propósito señalado, la pensadora se / nos introduce en la interioridad del alma humana: del amor, el deseo o las pasiones…la risa, el sueño, la infidelidad, o la propia capacidad de pasar el tiempo dedicándose a il dolce far niente. Señala la tensión permanente que se da en nuestra sociedad que, por una parte, nos invita a ser nosotros mismos, al tiempo que, por otra, mira con mala cara cualquier gesto de singularidad. La pregunta que planea, y que explicita Dufourmantelle, es «¿Cómo no interrogarse acerca de una cultura que ya no puede pensar el riesgo sin convertirlo en un acto heroico o una locura, pura alejada de las normas?». Y la invitación de la autora es la de arrojarse a la vida, atreverse a vivirla intensamente, vivirla sin atender al karaoke imperante que entona sus coplas con la nota dominante del peligroso riesgo, basándose en cálculos de probabilidades, sondeos, posibles previsiones sobre las caídas financieras, los crecientes desbarajustes psíquicos de los ciudadanos, etc., de todo esto no se libran de ninguna de las maneras los discursos políticos y sociales. En este orden de cosas, sin rizar rizo algunos, la lectura política y social está servida. Diré al paso, que estas cuestiones, muy centradas en lo político habían sido tratadas por Ulrick Beck en su La sociedad del riesgo (Paidós, 2006), a la sombra del desastre de Chernobil.

Anne Dufourmantelle se pregunta cómo pensar estos riesgos, haciéndolo desde el punto de vista de la vida, no de la muerte; para ello llama al deseo, una pequeña música, como dinámica que subyace en el interior de los humanos, impulsándonos a sobrevivir, y marcando el momento de la decisión ante el acontecimiento del que no conocemos el verdadero rostro, ni las circunstancias de su aparición, ya que lo hace allá en donde menos se le espera. La autora prima el principio de incertidumbre, mas en vez de plegarse a los anuncios catastróficos, que es lo habitual, invita a reapropiar, a desplazar el llamado riesgo.

Las dericas de Dufourmantelle no se privan de rozar algunos interrogantes que bordean la provocación cuando no se sumergen en ella, así cuando comienza interrogándose acerca de si no seremos muertos-vivientes y responde en una hibridación de argumentos filosóficos y psicoanalíticos, apoyándose en algunos ejemplos expuestos en base a ficciones clínicas, suministradas por su experiencia profesional. La postura expuesta por ella es que todo el mundo está muerto y vivo a la vez, ya que desde el nacimiento, hemos nacido de otra, viniendo de dos cuerpos, y ejemplifica la cuestión con diagnósticos alucinatorios y/o neuróticos. Y sus definiciones al respecto, aun resultando cuestiones complejas, son ventiladas con fluidez y claridad. Incidiendo en que la neurosis es un freno es lo dejà vu, dejà connu, pues cierra las puertas a lo inédito, al tiempo diferente… lo por venir, la palabra inesperada, aunque habitualmente esté habitada por las soluciones mágicas de las panoplias de auto-ayuda y similares que anuncian, y prometen, la felicidad… resultando su filtración, de palabras definitivas de una vez por todas, lo que hace dificultoso alejarse de ellas.

No hay horizonte marcado de manera definitiva, ni en consecuencia dominio sobre lo que vendrá, ni la ensoñación de que se puede poseer todo, nicho propicio para el brote de la neurosis… creo recordar que era Hermann Hesse quien decía que frente a la afirmación de que la inseguridad crea neurosis, terciaba que el exceso de seguridad la crea en mayor medida. Lección aplicable no solamente al ámbito personal, sino igualmente al político, cultural y… hasta económico, amoroso, religioso…

Ante lo imprevisible se origina desasosiego, dudando acerca de cómo debe ser nuestro comportamiento, qué se debe decir, sin atenerse a catecismos previos, ni a repeticiones a las que nos llama la voz de la conciencia, el superego. Da cabida, Dufourmantelle, a la importancia que tiene el encuentro con el otro y propone devenir otro, en onda deleuziana, llegando a perderse entrando en disconformidad, si es caso, con nosotros mismos, lo que, por otra parte y siguiendo a la autora, viene a suponer la única posibilidad de un soledad auténtica, al traducirse en una solidaridad, interiorizada, con respecto al otro, abriéndose, por otra parte, al mundo; dar cabida al otro es situarse entre-dos, cediendo parte de sí mismo. De hospitalidad habla la autora que, precisamente, había escrito junto a Jacques Derrida, La hospitalidad, coincidiendo con aquel otro que hablaba de individualismo solidario.

Los discursos habituales, al uso y al abuso, son puestos en solfa por Dufourmantelle: así sobre la esperanza, incluida entre las pasiones tristes por Spinoza, no contrapone la desesperanza sino abrirse a lo inesperado. Privilegia la autora el papel esencial de la palabra, ya que usándola, hablando, nombramos el mundo, y mostramos la relación con éste y con sus habitantes, lo que implica una relación también con nosotros mismos… y ya desde el propio título de la obra, un guiño al Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam, y si se tercia al elogio de la figura del idiota de Deleuze, del que rastrea el Anti-Edipo, la obra coescrita con Félix Guattari, o el rostro del otro de Lévinas, sin obviar la presencia de Kierkegaard, o me permito añadir a la nómina a María Zambrano, o… yo qué sé. Unos rastreos al respecto publiqué en esta misma red: https://archivo.kaosenlared.net/el-idiota-de-maria-zambrano-y-los-de-otros/index.html

No cabe duda de que la lectura de las diseminadas derivas de la mujer exigen atención, y riesgo, pues suponen la apertura al pensamiento otro… y la constante invitación a resistir al poder, a las normas dominantes e impuestas, en un plano propio del más acá, contra las ilusiones del más allá… eso sí, abriendo caminos al imaginario libertario.

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¿PUEDO PROMETER Y PROMETO…? ¿Y CUMPLIR?

Por Iñaki Urdanibia

Maria Garcés (Barcelona, 1973) no es de las que se anda por las ramas ni por la nebulosa de las Ideasplatónicas; su filosofar es de altura pero siempre pisando suelo, el topos de las luchas en pos de la emancipación; tampoco se conforma la profesora y activista en repartir jaculatorias buenistas, ensalzando el derechohumanismo, las más de las veces tan hueco como altisonante. Así lo atestigua cualquiera de sus obras*, y se cumple igualmente en esta obrita, lo digo por el tamaño, que lleva por título: «El tiempo de la promesa», editado en Anagrama. Lo breve si bueno… pues eso.

Si los otros tomaron la Bastilla, aquí se trata de tomar la palabra, adueñarse de ella para así tratar de adueñarnos del presente y del futuro, dejando de lado las hueras promesas de quienes prometen para no cumplir y para domesticar, pautando el tiempo y la vida de los súbditos (ciudadanos parece excesivo decir), con el fin de formatear seres conformistas y felices con lo dado como si este fuese el mejor de los mundos posibles: frente a ello, Marina Garcés apuesta por la autonomía contra cualquier forma de heteronomía que implica obediencia y sumisión…así pues, apropiarse de la promesa y esperanza propias frente a los cantos de sirena ajenos, ya que el futuro será elaborado por nosotros mismos o no será.

En un mundo programado y marcado por los algoritmos y otros -itmos, que marcan el ritmo social e ideológico, todo parece dar por pensar que todo hubiese de marchar según las indicaciones expuestas por lo numérico, algoritmos al canto como canto de sirena y última tabla de salvación del capitalismo, sin que no haya otra que aceptar lo señalado por tales marcadores, acumulados en el curso del tiempo y los sondeos de opinión y otros; así, la promesa se une con la predicción como si se tratara de poco menos que una ley natural, ineludible. Varios son los poderes que airean sus pomposas y supuestamente esperanzadoras promesas, las de las instancias económicas, el insaciable capitalismo, las religiones que prometen la salvación a cambio de la obediencia o en caso contrario el castigo, y otras yerbas estatales y burocráticas, en manos de diferentes amos que organizan la vida y la acción colectiva… el camino propuesto por Marina Garcés casa más con aquel libertario ni Dios, ni amo, que se puede traducir en ni en dioses reyes ni tribunos está el supremo salvador, nosotros mismos realicemos

Puede prometer quien tiene poder para ello, aunque de hecho ello no le comprometa a nada, el que nada posee a lo más que puede aspirar, que no es poco, es a trabajar por adquirir ciertas cotas de poder sobre el presente y sobre un posible futuro más esperanzador. Los señores, los clérigos, y los Estados, o el Capital que promete la riqueza y la acumulación inagotable; cada uno de los nombrados en su esfera, promete el armonioso funcionamiento del orden social. «La palabra que promete atraviesa de extremo a extremo la cultura occidental, desde los primeros textos bíblicos hasta los idearios revolucionarios o las novelas y los poemas de amor, desde los vínculos más íntimos hasta la tecnología más innovadora».

No se priva Garcés de recurrir a los ejemplos literarios (Don Juan, o Don Quijote,…) y del entorno familiar, del mismo modo que se apoya en algunos autores como Erich Fromm, Giorgio Agamben, o Luc Bolstanki et Éve Chapiello, Hannah Arendt, Catherine Malabou, etc. …rastreando las cuestiones más candentes de nuestra actualidad como el agotamiento de los recursos naturales, o las amenaza de la Inteligencia Artificial, poniendo especial énfasis en los claros síntomas del naufragio del vínculo social con la consiguiente atomización…en estos tiempos que la pensadora califica de tiempo del accidente, éste supone un antes y un después, jugando una papel similar al de una visagra que bien engrasada hace que las puertas se abran, mientras que oxidadas hacen que se resistan y tiendan a permanecer fijas, ancladas en lo inmóvil. En ese tiempo es cuando la palabra y la promesa han de ser aprehendidas otorgándoles un poder de cambio, de interrumpir la marcha gloriosa de los poderes nombrados, que son los que dominan el cotarro.

El pequeño volumen concluye con la palabra cedida a los jóvenes, chicas y chicos, de ESO del Institut Miquel Tarradell y del Institut Maragall de Barcelona que se pronunciaron sobre la promesa en la plaza Coromines durante la inauguración de la Bienal del Pensamiento… en una puesta en práctica de la filosofía en la calle. El libro se cierra con una sucinta pero sustanciosa bibliografía.

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( * ) El primer enlace contiene cinco enlaces que llevan a otros artículos de la filósofa, que a riesgo de repetirlos, los facilito ya que me temo que dicho enlace no va como debiera:

https://kaosenlared.net/las-malas-companias-de-marina-garces/ 2 de noviembre de 2022

La filosofía y la vida – Kaos en la red  20 de noviembre de 2015

Filosofía en la calle – Kaos en la red  15 de noviembre de 2016

Marina Garcés, una ontología del presente – Kaos en la red 8 de febrero de 2018

El compromiso cívico de una pensadora – Kaos en la red 29 de mayo de 2018

MAESTROS Y ALUMNOS, RELACIÓN DE ACOMPAÑAMIENTO | LA ESCUELA DE GUAJARA  16 de agosto de 2021

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