LA ALARGADA SOMBRA DE ANTÍGONA

Por Iñaki Urdanibia.

Re-escritura de la obra clásica de Sófocles por parte de Slavoj Zizek.

No cabe duda de que el personaje creado por Sófocles ha dado lugar a muchas interpretaciones, glosas y versiones: ahí están los nombres de Friedrich Hegel, Soren Kierkegaard, Frédéric Gros o Judith Butler e lo que hace a interpretaciones filosóficas (necesaria resulta la obra de George Steiner: «Antígonas. La travesía de un mito universal por la filosofía de Occidente», obra en la que se visita la huella y presencia de la obra sofocleana a lo largo de la historia en sus diferentes vertientes: filosóficas, teatrales, musicales…); en lo lírico y/o musical son conocidas las versiones teatrales de Eurípides, Juan Anouilh, Bertolt Brecht, Salvador Espriu, o las operísticas de Gluck, Honneger, Carl Orff; ahora el torbellino Zizek entrega su versión teatral de la obra: «Antígona» (Akal, 2017).

Pues sí el filósofo esloveno ha recreado la tragedia griega, de la que surgió el icono de la desobediencia al gobernante, la disidencia contra el poder, una mujer frente al hombre, la juventud versus la vejez, el individuo frente a la colectividad… esa figura valiente tan alabada y a la que algunos de quienes la alaban si la encontrasen estos días por las Ramblas la escupirían, la encarcelarían – como lo harían con Thoreau, Gandhi, Luther King o Mandela,… no los conocen ya que lo suyo es la obediencia y la sumisión [precisamente oigo a Rivera-España echar pestes contra la rebelión, y recuerdo a otro de los muy alabados, Albert Camus, pero nada seguido, cuando decía me rebelo luego somos, su cogito]; pero bueno vuelvo al asunto que me voy por las orillas del Mediterráneo (al fin y al cabo, de todos modos nos movemos: Sófocles era ateniense, Zizek es esloveno, de Liubliana…no lejos del mare nostrum…), como digo Zizek entrega su versión, y explica el porqué en las páginas introductorias: «el único modo de ser fiel a una obra clásica es asumir el riesgo [se refiere a fracasar,…]; evitarlo, manteniéndose fiel a la letra de la tradición, es la forma más segura de traicionar el espíritu de la pieza. Dicho de otro modo, la única forma de mantener viva una obra clásica es tratarla como si fuese una obra “abierta”, orientada permanentemente hacia el futuro, o, por usar una metáfora empleada por Walter Benjamin, actuar como si la obra clásica fuera una película cuyo revelador solo ha sido inventado con posterioridad, de manera que únicamente en la actualidad podemos obtener la imagen completa». En una potente introducción contrasta varias interpretaciones sobre la figura estudiada: desde Sören Kierkegaard, a Judith Butler pasando por Jacques Lacan, Giorgio Agamben, etc., y señala su propósito de cambiar el final de la obra para mostrar una visión diferentes a la habitual. En resumidas cuentas, su modificación viene a proponer una lectura en la que ambos personajes centrales – Antígona y Creonte – son juzgados por la polis ya que ninguno de los dos cumple sus deberes para con el colectivo sino que únicamente miran sus propios intereses; aunque no se nombre, y aun dándose ciertas diferencias, parece planear cierta sombra de la interpretación de Cornelius Castoriadis que señalaba que en Antígona se pone en escena el combate entre la desmesura (hubris) y la ley (diké), que conduce a una situación irresoluble entre ambos, cada uno conservando parte de legitimidad, el análisis concluye señalando que «el poeta dice a los ciudadanos de Atenas: incluso cuando tenemos razón, puede que estemos equivocados, nunca existe una última palabra en el plan lógico» (Figures du pensable); la postura de Castoriadis se centra en que en la sociedad griega en la medida en que esta toma conciencia de su autonomía – que supone que la sociedad no se rige por criterios extra-sociales sino por los propios ciudadanos, lo que exige para el buen funcionamiento que exista una auto-limitación, ya que si vence la hubris la sociedad se torna ingobernable; así en este conflicto permanente y en continua tensión hacia la realización plena de la democracia, el exceso, y el orgullo por parte de los gobernantes, conduce al desastre [no estaría de más recordar la interpretación hegeliana que señalaba que antes de la razón de Estado estaba la razón del hogar, siendo Antígona la que recurría a la tradición de enterrar a los familiares, siguiendo las disposiciones supuestamente divinas, lo que la convertiría en un personaje retrógrado]. Si el greco-francés daba la razón a Creonte por ser la representación de la legalidad de la ciudad, el esloveno reparte las culpas en una de las posibilidades que plantea, haciendo que el coro en vez de dedicarse a la alabanza se erige en juez severo; y si digo una de las salidas, ya que Zizek propone tres finales diferentes: además de la nombrada, otra sería la misma propuesta por Sófocles por lo que el coro acaba loando las persistencia de la mujer; y la que queda presenta a Caronte como aceptando la postura de Antígona, de enterrar a su hermano, en cuyo caso el coro canta un elogio al pragmatismo, que supone que la clase dominante puede aceptar pero en la medida en que los sometidos “paguen el precio que eso exige”; inspirándose en unas obras didácticas de Bertolt Brecht. Con este abanico la obra queda abierta en su desplazamiento final, haciendo que «esta solución escénica nos enfrenta con una Antígona de nuestros tiempos, que nos lleva a abandonar sin contemplaciones la simpatía y la compasión por la heroína, convirtiéndola en parte del problema y proponiendo una salida que nos saque de nuestra complacencia humanitaria». La tragedia, si ya en el caso propuesto por Sófocles, residía en las tensión entre las posturas contradictorias de los dos personajes centrales, que llevan a Creonte – según Zizek – a mantenerse mantienen en sus propias posturas sin escuchar la del otro, y menos todavía las voces de la sociedad. En el caso de Antígona, esta se considera la voz del afuera, tanto en que se sale de la norma establecida con respecto a los roles femeninos, que se atreve a hablar de tú a tú con el gobernantes; mostrando tanto ella como su hermana Ismene que son más cumplidores como ciudadanas que sus compañeros del sexo masculino. Esta exterioridad que he nombrado se traduce también en ciertos momentos, en una reivindicación, como si de una exclusiva suya fuese, de los mismos dioses… todo ello no quita para que a la mujer le atribuya su re-creador cierto espíritu libertario [Thoreau citaba a Antígona hablando en su obra sobre la desobediencia civil, mas se ha de tener en cuenta que el americano predicaba la desobediencia ante las leyes injustas, anteponiendo a éstas la conciencia personal… más tarde ciertas posturas que se reclaman de la desobediencia cívica han adoptado una visión colectiva con una perspectiva emancipadora-ecologista, ya sea de cara al futuro o como freno a ciertos desarrollismos productivistas, lo que las convierte en defensores del pasado… y en ese sentido puede asimilarse su postura a la de Antígona como anclada en normas anteriores a las propias de la política de la polis].

Mantiene el autor que la obra más que una función estética se debe leer como una apuesta ético-politica, ya que somos conducidos a una situación de supuesta democracia popular en la que tanto el gobernante ve su fracaso al gestionar tal forma de gobierno y al reclamarse de una representación, de hecho usurpada, a los sin voz, como la opositora que se deja llevar por el afán de pasar al futuro recubierta de fama. Es esa tensión entre ambos lados la que llevará a la reproducción de nuevos gobiernos con sus disidentes, cuya única salida estable ha de residir en el control de unos obre otros y viceversa.

No cabe duda de que en el vaivén que monta Zizek nos arrastra a la reflexión de los temas que se entrecruzan a lo largo de su revival… dejándonos huérfanos si lo que esperamos es una salida clara y distinta a las cuestiones planteadas, cuestión en la que se da una coincidencia – con esta democracia siempre en construcción y con futuro abierto – con la posturas defendida de Castoriadis (de quien he expuesto, líneas más arriba, una significativa cita al respecto). La exposición que se nos presenta queda, reitero abierta al llevarnos a enfrentarnos con el conflicto en estado puro… mecánica que, en su presentación, Zizek asemeja a un par de películas.

 

Y desde el principio hasta la conclusión es la duda la que adueña de la página y de los versos alejandrinos en que se presenta la obra; el juego de re-escritura de Slavoj Zizek resulta así una obra potente y que nos abre caminos a la reflexión de los varios polos en contraposición. Estado/pueblo; individuo/sociedad; hombre/mujer, con ciertos resabios de la dialéctica del amo y el esclavo hegeliana: el uno no existe sin el otro, ni el otro sin el uno.

Hay veces, y lo he señalado en la lectura de otras obras del esloveno, en que ciertas referencias intempestivas, en lo político especialmente, hasta el abuso, hace que el tono provocador pueda incordiar al lector – al menos al lector que yo soy- ; se agradece que en la presente ocasión no se de tal crujido molesto…lo que hace que la obra resulte francamente grata y enriquecedora; eso sí, siempre que el lector colabore con su atento acercamiento.

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